Antonio López tiene desde hace meses taller en el Palacio Real. Allí se encamina todas las mañana para enfrentarse al proyecto de un cuadro que conoce bien. Centímetro a centímetro, porque es su compañero de viaje vital desde hace 18 años. El retrato de la Familia Real, encargado a uno de nuestros artistas más internacionales por Patrimonio Nacional, permanece inconcluso desde mediados de los noventa. En este tiempo, don Juan Carlos y doña Sofía han envejecido y lo mismo ocurre con el Príncipe de Asturias, hoy Rey, y con sus hermanas Elena y Cristina. Esa Familia Real ya no es la misma: sobran dos y faltan tres. Doña Sofía "se cambió" de traje (nació en el retrato de Antonio López con uno de color vainilla y ahora se puede ver con un traje estampado, blanco y azul), el Rey de entonces abdicó, y aquella España se parece poco a ésta. La Reina Letizia era en 1994, año del encargo, una universitaria a punto de terminar su carrera de Ciencias de la Comunicación, muy ajena todavía a la oficialidad de la Zarzuela.

Ganamos un Mundial, sufrimos una crisis profunda y larga (en ello estamos), se sucedieron presidentes y gobiernos, pero el cuadro sigue ahí, medio terminado, sin que Antonio López se atreva a dar el visto bueno. Su compromiso es que lo acaba este verano para que en noviembre su obra de más de cuatro metros de largo presida una proyectada exposición: "El retrato en las colecciones reales de Patrimonio Nacional". Ya tiene título, pero está por ver que López (78 años) entregue a tiempo la joya de la corona.

A ningún otro pintor se le hubiera permitido tal retraso. López trabaja con una minuciosidad patológica. Hace y deshace sin mirar el calendario y mucho menos el reloj, la producción de sus cuadros puede durar años, pero éste va camino de las dos décadas. "Yo trabajo así. ¿Quién ha pintado una familia real? Es como escribir 'Guerra y Paz'", declaraba Antonio López recientemente. Dice el genial pintor manchego que no se ha cansado del cuadro. "Estoy pintando casi todos los días y no lo dejaré hasta que lo entregue".

Por el retrato de la Familia Real, el Estado pagó a Antonio López 45 millones de pesetas (hasta en eso cambió España), que vienen a ser unos 300.000 euros. El cobro de esa cantidad le obliga, aunque sea moralmente, porque a nadie en los despachos de la Administración estatal se le ocurriría demandar al artista por incumplimiento de contrato. Un cuadro se hace en el tiempo, no se acaba nunca, está en constante cambio, le gusta decir a Antonio López. Y lo lleva a la práctica al milímetro. A él le hubiera gustado tener a los Reyes, el Príncipe y las Infantas en vivo y en directo, posando pacientemente. La Casa Real le dijo en su día que no, que el retrato debía partir de fotografías de los personajes. López nunca trabaja con fotografías, así que esta vez hizo una excepción.

Se dice que en el pasado mes de mayo Patrimonio Nacional le puso sobre la mesa un ultimátum. Fue cuando el lienzo fue trasladado al Palacio Real, como prueba del compromiso del artista de Tomelloso (1936) de que esta vez sí va la vencida. López comentó días atrás que los acontecimientos que rodean a la Familia Real pueden alterar el "enmarque" de la obra. Y seguramente en los despachos de Patrimonio Nacional hubo un ataque de nervios.

Ponerle plazos a los grandes artistas es tarea complicada y estresante. Los plazos los ponen ellos. Pasaron a la Historia los desplantes de Miguel Ángel al Papa Julio II cuando éste le asediaba para que terminara de una vez la Capilla Sixtina, 500 metros de arte genial pintados poco menos que en un trapecio.

Los grandes retrasos del mundo del arte tienen nombres ilustres, como Cézanne, Marcel Duchamp o Lucian Freud. Pero hay diferencias entre pintar durante años un mismo cuadro o abandonarlo durante un tiempo y retomar el intento más adelante. Lo primero puede rozar la paranoia, mientras que lo segundo puede ser simplemente falta de organización o no tener las ideas demasiado claras. Y hay encargos que superan al más genial. El mexicano Diego Rivera entregó el gigantesco mural del Palacio Nacional de México veintidós años después de recibido el encargo.