El próximo domingo contemplaré el advenimiento del Mesías, literalmente, en primera fila. Votaré, una vez más, por Bob. Cada una de las veces que vi a Dylan en directo tuve el convencimiento de que sería la última y esta no creo que sea una excepción: por eso lo disfrutaremos como un acontecimiento crepuscular y, tal vez, único, y seguiremos abrazando al viejo como si fuera un amor nuevo, constantemente renovado y regado.
Bob Dylan, en estos momentos, es un DJ de sí mismo y desde el piano maneja los hilos de la marioneta musical que planta en escena, una maquinaria perfectamente engrasada que destila blues, rock and roll, folk, country y standards; rugosidad y lirismo; carretera y corazón; impulso y nostalgia. Bob tiene toda la música popular norteamericana del siglo XX en su cabeza y, con todas las bazas, juega su partida ganadora, se erige en tahúr azul y gruñón.
Si nos guiamos por los repertorios de sus últimos conciertos, disfrutaremos de una buena ración de clásicos (¡recuerden que la facilidad a la hora de reconocer un tema es inversamente proporcional a su antigüedad!): nada menos que cuatro cortes del imprescindible "Highway 61 revisited" ("Like a Rolling Stone", "It takes a lot to laugh, it takes a train to cry", "Just like Tom Thumb's blues" y el tema que da título al disco), las seminales "It ain't me, babe", "Blowin' in the wind" y "Don't think twice, it's all right" y un aguijonazo del sublime "Blood on the tracks" ("Simple twist of fate", que sustituye a "Tangled up in blue" con respecto al repertorio de 2018).
Otro de los pilares conceptuales del recital lo conformará el magnífico tríptico que alumbró el fin del siglo XX y el principio del XXI ("Time out of mind-"Love and theft"-"Modern times"), que dejará ver joyas como "Love sick", "Trying to get to heaven", "Make you feel my love", "Honest with me", "Cry a while" o "Thunder on the mountain".
Los más reticentes a las nuevas grabaciones de Dylan tendrán que resignarse a degustar cuatro piezas del "Tempest": "Early Roman kings", "Pay in blood", "Soon after midnight" y una canción solo por la cual ya merece la pena la prolija revisión que se hace de este álbum: "Scarlet Town".
Si tenemos un poco de suerte, Bob rescatará para nosotros "When I paint my masterpiece", tema escrito para "The Band", y lo que es casi seguro es que llenará el escenario de incienso con un tema de su época cristiana -"Gotta serve somebody"-, cuya fisonomía y arreglos poco tendrán que ver con el original.
Como inicio, no es de suponer que haya ninguna sorpresa y arrancaremos con la oscarizada "Things have changed", aunque, en realidad, a los dylanitas el repertorio ya nos da igual. Porque no olvidamos que Bob entre ser un revolucionario, un gurú o un artista mayúsculo siempre escogió lo último. Porque lo amamos sin atender a razones. Porque sabemos que existe la posibilidad de estar equivocados: pero no la contemplamos.