Antes de cada partido, David Gómez advierte al árbitro y al entrenador contrario de que van a ver cosas que quizá no hayan visto "en la vida" en niños de 12 y 13 años en un campo de fútbol. "Algunos no saben ni sacar bien de banda", reconoce Gómez, entrenador del Marino de Luanco de categoría infantil, después de encajar un estruendoso 41-1 contra el Gijón Industrial el pasado fin de semana que ha reabierto el manido debate sobre la realidad del fútbol base.

"Todos los partidos son parecidos a este", se resigna Gómez, testigo cada domingo de masacres en las que la diferencia de goles acostumbra a rebasar los veinte en partidos de 80 minutos de duración que se juegan en campos de fútbol 11. Para el entrenador, el Marino no debería haber inscrito a un equipo que, en los diecinueve encuentros que lleva disputados, no ha logrado un solo punto. "Fue un error, no había críos suficientes en Gozón –explica–. Intentamos conseguir gente de fuera de la zona, pero es muy difícil, así que tuvimos que reclutar a niños que no habían jugado nunca al fútbol". Uno de los "cuatro o cinco" jugadores familiarizados con el juego con los que cuenta Gómez es su hijo Enol, de 12 años. Su padre lamenta que la situación le supera, que se frustra, que estalla en llanto tras cada goleada. "No es el único al que le pasa –tercia el técnico–. Después del partido del otro día, más de un crío acabó llorando".