Un 23-J marcado por el calor deja un escenario post electoral incandescente. En el día después, no hay forma de saber con certeza quién será el próximo presidente de España. La gobernabilidad está en el aire. Tan reñida fue la cosa que es la primera noche electoral que se recuerda con doble balcón. Con dos aparentes vencedores. En Génova, el PP celebraba su victoria. Se ha impuesto en votos y en escaños, pero no es suficiente, en todo caso, para el que era su gran objetivo: la suma con Vox, su único posible aliado, no llega a la absoluta. Se aleja el sueño de alcanzar Moncloa. No le queda otra que intentar lo imposible. En Ferraz también el PSOE celebraba la victoria, que en su caso significa la derrota del rival, porque ganar, pese al avance, no ganó. Lo que sí logra Sánchez es mantener viva la llama de una posible continuidad. Eso sí, al carísimo precio de tener que incorporar a su ya criticada coalición un pasajero impensable: Carles Puigdemont. El 23J ha supuesto todo un golpe para Vox, más que por la pérdida de votos, por haberle llevado del casi todo a casi la nada. A Yolanda Díaz le ha permitido asentar su proyecto tras la pesadilla inicial hasta el ajuste con Podemos. La noche en la que además resurgió el bipartidismo, PSOE y PP acumulan más del 60% de los escaños, se vivió entre continuos cálculos y tuvo un recuento de infarto.