La primera vivienda no debió de ser mucho más que una habitación. Un refugio suficiente en el que el ser humano aplicaba también sus conquistas tecnológicas: fuego, tintes, barro. La historia de la arquitectura está llena de tentativas para volver a esa pretendida “casa de Adán”, e incluso cuando el camino no parece ir en busca de la esencialidad primitiva, se puede acabar en ella. Salvando las distancias, es lo que le ha pasado al arquitecto Sergio Baragaño y a uno de sus socios en el estudio, el gigante del acero ArcelorMittal. Después de una década explorando las posibilidades de la construcción modular industrializada, como hizo en su premiado proyecto B-home, Baragaño se dio cuenta de que la fabricación en serie requería una demanda en serie. Por eso descendió de la vivienda a la habitación, pensando en estandarizar estancias mínimas para hoteles, residencias de estudiantes u hospitales. Y en ese viaje a lo pequeño encontró un puñado de grandes empresas a las que ofrecer esas cuatro paredes como campo de pruebas de sus productos más avanzados.