Apple y China, dos agentes globales

José Villazón

José Villazón

Las revueltas en la fábrica que ensambla el 70% de los iphones que se producen, ubicada en China y subcontratada con la taiwanesa Foxconn, han tenido escasa repercusión en el debate público. Algunos de sus 200.000 trabajadores se manifestaron enfrentándose con la policía denunciando el incumplimiento de compromisos salariales y las malas condiciones de vida en la planta. Apple y China son dos agentes globales que impactan en nuestro presente y nuestro futuro.

China ha sido uno de los ganadores indiscutibles con la creación en las últimas décadas del mercado único planetario. La globalización ha concentrado los centros de producción en pocos lugares, apostándolo todo a la economía de escala y los bajos costes laborales. Pero este formato de globalización, atractiva por precio para las empresas y consumidores, tiene sus limitaciones como han demostrado la pandemia y la guerra de Ucrania. Depender de pocas plantas productivas ubicadas en países lejanos con culturas sociopolíticas diferentes de las nuestras nos coloca en una situación de vulnerabilidad y dependencia extrema. Cada vez son más las voces en Occidente que apuestan por relocalizar algunas producciones en nuestro suelo, especialmente aquellas de mayor valor estratégico para el conjunto de la economía. La disminución del riesgo de fallas en la cadena productiva y la recuperación de autonomía de decisión justificaría el previsible incremento de costes.

El incidente de la planta de Zhengzhou, además de provocar un descenso en la producción de iphones, es un indicio del incierto futuro de un régimen contradictorio, comunista en lo político y ultracapitalista en lo económico, que aspira a perpetuarse mediante un rígido control de los ciudadanos.

En cuanto a Apple y el resto de empresas GAFA (Google, Amazon, Facebook), verdadero oligopolio de las tecnologías digitales y de los datos, nos hallamos ante una concentración de poder inquietante. Por supuesto que son vanguardia en investigación y desarrollo de proyectos empresariales trascendentales para nuestro mundo, pero las autoridades deberían vigilar su tamaño y comportamiento para que no hagan rehenes a los consumidores e incluso a los gobiernos desde su posición de dominio. Recordemos lo extremadamente sensible de su actividad para la democracia y la libertad de las personas: tecnología, comunicaciones, datos… Reconociendo el valor que aportan, evitemos adorarles, cual nuevo becerro de oro virtual, aceptando acríticamente la supuesta superioridad y bondad automática de todo lo tecnológico y digital.

La reciente protesta de los operarios subcontratados para Apple en China invita a relativizar los marketinianos mensajes emitidos machaconamente desde Silicon Valley. Mensajes que insisten sin rubor en la vocación filantrópica de su actividad, con sus líderes superfriendly sonriendo a la cámara incluso mientras duermen.

Pido al cielo salud para ver qué será de China en 10 o 20 años. Cuesta creer en la viabilidad de un país tan dual, con regiones casi medievales y otras a la vanguardia del siglo XXI. ¿Cómo evolucionará y cómo afectará su evolución al mundo? Y pido lucidez y coraje para acertar como ciudadano en la respuesta al riesgo del totalitarismo digital, que podría suplantar nuestras imperfectas democracias humanísticas por nuevas tiranías revestidas de felicidad virtual.