Opinión

El tractor y el esmoquin

La agricultura dio a luz a la cultura. Son madre e hija. Pero son hoy una familia rota, han dejado de hablarse. La hija le ha salido “snob”. Esto viene a cuento de que, hace unos días, volvía yo a ver una obra maestra del cine surrealista mexicano dirigida por el gran Luis Buñuel en 1962. La trama es fácil de resumir, pero el comportamiento de los personajes es difícilmente explicable. Un momento, debo pedir disculpas al lector. Me corrijo: hace unos días volvía yo a ver la gala de los Goya, cuya trama es fácil de resumir, aunque el comportamiento de sus personajes sea difícilmente explicable. Como breve sinopsis digamos que los “representantes de la Cultura”--así con mayestática letra mayúscula--reunidos en ese remedo de la “noche de los Oscar”, escuchan a los oficiantes, aplauden a un tiempo a los premiados, e incluso ríen y lloran coordinadamente. Al igual que en la cena de los burgueses de Buñuel, vimos repetirse sonrisas y lágrimas, gestos, mantras y consignas reivindicativas (las repeticiones están en la esencia de toda ceremonia), pero ni una palabra sobre las protestas de los agricultores que se desarrollaban en el mundo exterior. Ni una mención al incierto destino del campo español, ni siquiera por parte de los vegetarianos allí presentes. En la sociedad de la alfombra roja ya se sabe: transgresiones, las justas y las sancionadas por la autoridad, que se encontraba sentada en el auditorio. ¿Por qué acordarse de esos agricultores y ganaderos—sin duda casposos “ultras”—que jamás pasan por taquilla si no es para ir al fútbol y desprecian el opio del pueblo que le quieren administrar los “hombres y mujeres de la Cultura”?

La película de Buñuel satiriza esas ínfulas de superioridad moral típicas de la burguesía selecta, que aun creyéndose muy por encima de la gente común, termina por mostrar bajo la pátina de la cultura y la civilización un salvajismo más feroz que el que retratan los documentales del “National Geographic”. Exactamente esto nos reveló también la gala de los Goya. Debajo de la lentejuela y el esmoquin, iban cubiertos de “cuchu”. Sólo les faltó devorarse unos a otros, empezando “por do más pecado había”, como dice el romance de Don Rodrigo.

El que no pintaba nada allí era, como siempre, el genial pintor. Dicen que los premios llevan su nombre porque algunas obras suyas parecen fotogramas. Al parecer, Carlos Saura llegó a conjeturar que si Goya viviese hoy, habría sido cineasta. Otro de esos condicionales contrafácticos que no prueban nada por probar demasiado. El mío es este: Goya hoy sería agricultor, ¿o no tenía huertas en la Quinta del Sordo?