Misioneros en Villanueva.

«Vamos al origen, a doña Regina Suárez, mi madre, que vivió 101 años. En compensación mi padre, Manuel, murió a los 28 y dejó cuatro hijos, uno de ellos muy famoso en Oviedo, Arturo Lombardero, que también murió joven, a los 32 años, de un cáncer, un sarcoma en una pierna. Arturo había ganado una beca para estudiar Medicina, una beca del Partido Socialista, que quedó desaparecida con la guerra y entonces, con lo poco que había estudiado, se hizo practicante y tras un tiempo trabajó más bien en seguros. Era un tipo popular en Oviedo y a mí llegó a decirme un sastre: "Dile a tu hermano que le hago un traje gratis, pero que tiene que decir que se lo hice yo". Y recuerdo que se lo dije a mi hermano, que se negó a ello. El siguiente hermano era Gerardo Lombardero, que tuvo muchos años una joyería donde comienza la calle del Peso, y su hijo, mi sobrino Gerardo Lombardero, es escritor y ha publicado siete u ocho libros. Después viene mi hermana Clementina, que vive aquí, en Vallobín, y tiene ya noventa y tantos años. Y el último de los cuatro fui yo. Mi madre era tevergana, de Villanueva, al igual que su madre; y su padre era de Campos, también en Teverga. Por cierto, hay una anécdota muy curiosa. El tío de mi madre se llamaba Segismundo y tenía un amigo cuyo nombre no recuerdo ahora, pero un nombre parecido. En cierta ocasión, fueron unos misioneros populares a Villanueva. Era algo que se hacía entonces y estoy hablando de comienzos del siglo XX. Llegaron los padres misioneros y confesó toda la parroquia, menos mi tío Segismundo y su amigo, que si no se llamaba Olegario tenía un nombre por el estilo. Y entonces sucedió que el día que se terminaban las misiones, el día de la fiesta y de la comunión general en la misa, las campanas tocaron a muerto con gran terror de la gente: era por el alma de aquellos dos que no se habían confesado».

Limando la corona.

«Mi padre llegó a Villanueva colocando castilletes de electricidad. Se ve que era cuando comenzaba la electrificación, con el salto de Somiedo que ya empezaba a funcionar. Llegó a Villanueva y se casó con mi madre. Después dejó ese trabajo y se dedicó a la mina, con lo que marcharon a vivir a la Cuenca, donde murió de tifus en Villallana, al lado de Pola de Lena, el año 1924, antes de nacer yo. Mi madre se fue entonces a Teverga, a dar a luz, para que yo naciera en la casa de sus familiares. Pero ella vivía en Turón, con un hermano suyo que fue hombre destacado en política y corresponsal del diario "Avance", de los socialistas, en Mieres, Sandalio Suárez. Este tío Sandalio me sirvió a mi mucho en una circunstancia posterior, que fue cuando hice una gran amistad de chiquillo con la pandilla de Paco Ignacio Taibo y de Ángel González, como luego contaré. Ya digo que nací como hijo póstumo, en Campos, Teverga, el 20 de diciembre de 1924. Mi madre vuelve a Turón quizás en cuanto estuvo en condiciones, un mes o así después del parto. De Turón no conservo memoria alguna, pero mi primer recuerdo es un suceso del 14 de abril de 1931, en Oviedo: los guardias municipales, debajo de los arcos del Ayuntamiento, limando la corona real de la hebilla de sus cinturones. Mi madre me contó tiempo después que ese día yo le había preguntado si podía gritar ya "¡Viva la República!", pero no porque fuéramos republicanos. Hacia 1929 mi madre había venido de Turón a Oviedo con los hijos porque sabía coser y debió pensar que para ganarse la vida era mejor la ciudad. Tenía que sacar adelante a cuatro hijos, aunque mi hermana estuvo siempre con los tíos en Teverga. Comencé a estudiar en una escuela que muy poca gente en Oviedo sabe que existió: la Coral Vetusta. En los años veinte, en todo Asturias y puede que en todo el norte de España, hubo una efervescencia de coros, como el Orfeón de Mieres o el de La Felguera. En todos los sitios había coros y en Oviedo existía esta Coral Vetusta, que tuvo su sede en el edificio que más tarde se llamaría el Babel. Estaba donde empieza la calle Cervantes, por arriba, por la avenida Galicia, en la esquina donde precisamente vivía Ángel González. La galería de su casa daba por detrás sobre ese edificio de planta baja que era el de la Coral Vetusta, que por dentro tenía unas escaleras que subían hacia un corredor. Pues allí hubo una escuela a la que yo acudí. Después, cuando la Revolución de Octubre de 1934 fue el cuartel de los moros, al igual que cuando la Guerra Civil. Más tarde allí pusieron un baile que era el Babel, donde además se celebraban combates de boxeo y otros espectáculos».

Las colonias de Pablo Miaja.

«Después, en 1934 empecé a ir a las colonias escolares de Salinas, que dirigía Pablo Miaja, pariente de general Miaja. Él era director de un grupo escolar de Oviedo que no tenía edificio, o tenía uno muy pequeño en la calle de Fray Ceferino y el resto de las clases en diversos locales, en Campomanes o en otras. En esa escuela fue en la que estudió Ángel González. Pablo Miaja consiguió que a través del Ministerio le hicieran un edificio, que todavía existe en la calle General Elorza. Se iba a inaugurar como grupo escolar en el 34, pero como en la Revolución habían incendiado el instituto, lo llevaron allí y pospusieron que fuera el de las escuelas. Después, allí colocaron un letrero que decía Grupo Escolar Pablo Miaja, Cuarto Distrito. Hoy en día está repuesto el letrero, pero sin el nombre de Pablo Miaja. Fui tres años a las colonias de Salinas: de 1934 a 1936. Este último año acudí en la primera tanda, pero los que fueron en la segunda terminaron en Rusia y al frente de aquella expedición de niños fue Pablo Miaja. Él murió relativamente pronto y no entiendo por qué no han restituido su nombre en el edificio que he mencionado y por qué Oviedo no tiene una calle dedicada, ya que fue un gran pedagogo. Hay un libro curioso de lecturas para niños escrito en aquellos años por maestros asturianos como Antonio J. Onieva, Baudilio Arce o el propio Miaja».

Balas bajo la cama.

«Y llegaron la Revolución y el 36. En octubre del 34, mi madre había ido a Fuso de la Reina, Puerto, porque allí vivía una hermana suya casada con un hermano de mi padre. Yo pasé en Oviedo toda la Revolución, en casa de una vecina, en la travesía de los Ferrocarriles Económicos. Esta vecina vivía en un bajo y allí se presentaba un tal Rozas o Roces, no recuerdo bien, comunista, que tenía las municiones guardadas debajo de la cama. Entonces llegaban los milicianos y les daba puñados de balas que metían por los bolsillos y salían hacia la cárcel y hacia el cuartel de la Guardia Civil, ya que esto quedaba en medio. Este Rozas, o Roces, yo creo que tenía un quiosco de periódicos adosado al mercado que había donde hoy está el edificio de la Jirafa. Aquello era un mercado como el del Fontán, y allí, en la puerta que daba al teatro Campoamor, era donde estaban las lecheras, a las que tiempo después, queriendo echarlas de allí, les hicieron el Paraguas de Trascorrales, que ellas no aceptaron porque preferían el otro lugar, mucho más céntrico. Pasé los días de la Revolución tranquilamente y sin miedo, porque la nuestra no fue zona de combate al estar entre el cuartel de la Guardia Civil y la cárcel. Los milicianos entraban a las tiendas de comestibles, donde se formaban grandes colas, y te preguntaban: "¿Cuántos sois de familia?" Entonces metían la taza en el saco y si eran cuatro, pues cuatro tazas de garbanzos, o de arroz, o de lo que fuera. Desvalijaron las tiendas».

Mantas hasta el cuello.

«Después, en las navidades del 34 fuimos a Mieres, donde no sólo vivía Sandalio sino un cuñado de éste, Amado. Los dos era mineros, pero Sandalio duraba poco en las empresas porque como publicaba noticias en la prensa lo echaban cada poco. Y cuando le echaban a él echaban también al cuñado. Sandalio publicó precisamente en 1934 un libro titulado "El caso Fábrica de Mieres", donde denunciaba las manipulaciones y lo caótico de aquella sociedad. Cuando llegamos en aquellas navidades, Sandalio estaba preso en las escuelas de los frailes, que las convirtieron en cárcel (los frailes fueron completamente ajenos al asunto). El día de Nochebuena, o por aquellas fechas, permitieron que los hijos pequeños fueran a ver a sus padres, pero como los hijos de Sandalio eran muy pequeños, más que yo, que entonces tenía 10 años recién cumplidos, fui yo el que entré a ver a mi tío pasando por hijo suyo. Estaba en lo que debía de haber sido un aula, pero pequeña. Había un guardia civil sentado junto a la ventana en una silla, y con su fusil. Había tres colchones tendidos en el suelo a un lado y otros tres al otro, y seis hombres, entre ellos mi tío, cubiertos con mantas hasta el cuello. Los seis en la misma posición, sin moverse nada. Debían de estar baldados, como mi tío, al que le dieron palizas y le hicieron comer periódicos. "¿Usted escribió esto?, pues cómaselo". Después, cuando la Guerra Civil, el pueblo llamó a aquella cárcel el Hachu, que era el nombre de un penal famoso en Ceuta. También lo pintaron enteramente de negro y así estuvo durante la dominación republicana en Mieres. Mi otro tío, Amado, el primer día de la Revolución del 34 cogió el fusil y estuvo todo el tiempo como revolucionario. El último día volvió para casa y nadie se metió con él. Sandalio, que era mayor que el otro, no fue revolucionario, pero lo habían metido en la cárcel y, ya digo, recibió unas palizas impresionantes. Cuando la Guerra Civil, Sandalio tampoco fue al frente, pero Amado, de nuevo el primer día, cogió el fusil y el último volvió para casa y nadie se metió con él. Y no sólo eso, sino que como después de salir de la mina había trabajado en la traída de agua a Mieres y esa traída la habían reventado los republicanos, al llegar los nacionales se acordaron de él y fueron a buscarlo. Se colocó en eso y empezó a trabajar».

Turismo de ruinas.

«Llega el año 1936 y, por cierto, había una conexión de tren entre Económicos y el Vasco, y allí había una zanja a la que durante mayo y junio del 36 iban las Juventudes Socialistas a desfilar y a hacer ejercicios militares con fusiles de madera. Yo iba a observarles y al cabo de unos días, no recuerdo si el 17 o el 18 de julio, estuve jugando con un niño que había venido de Madrid a una de las casas donde mi madre cosía. Ella me había dicho que fuera allí, porque aquel niño estaba solo y yo le hacía compañía. Y los señores de aquella familia, después de comer, me dijeron: "Dile a tu madre que os marchéis de Oviedo, que va a estallar una peor que la de octubre del 34. Marchamos a Fuso de la Reina, donde vivía la hermana de mi madre y después fuimos a Mieres, donde pasamos la guerra, en zona roja. Teníamos el calificativo de refugiados y nos daban el racionamiento gratis. Mi madre cosía para las fuerzas republicanas; hacia bolsos o lo que le encargaba el comité. Cuando ya se veía que iba a caer Asturias, en octubre de 1937, no recuerdo muy bien lo que sucedió, pero sí que me metieron en un tren hasta Trubia y fui andando por la noche de Trubia a Teverga, donde me esperaba ya mi madre. Al acabar la guerra volvimos a Oviedo y recuerdo la curiosidad de que a comienzos de 1938 venían autocares, puestos por las autoridades, con turistas a ver las ruinas de Oviedo, donde todavía permanecían también las destrucciones del 34, por ejemplo, en manzanas enteras de la calle Uría».

Dependiente y recadero.

«Y ahora vuelvo a mi tío Sandalio y a la importancia que tuvo en mi vida en la formación de mis amistades. Empecé a trabajar en la Librería Cervantes, con Alfredo Quirós, cuando yo tenía 13 años recién cumplidos, muy a comienzos de 1938. Poco después de estar yo trabajando apareció un día la madre de Ángel González recomendando a otro chiquillo para la librería. Ese otro chaval era Paco Ignacio Taibo, y la explicación es que Paco Ignacio había vivido cerca de la casa de Ángel. El padre de Paco Ignacio, Benito Taibo, y su tío, Ignacio Lavilla, habían trabajado en "Avance". Lavilla fue redactor jefe y el padre yo creo que era redactor deportivo. Por aquellos antecedentes, en aquel entonces los dos estaban escondidos. Así que apareció la madre de Ángel recomendando a otro chiquillo, y comentó que este otro chaval, como era más alto que yo, debería ponerle de dependiente y que yo me hiciera cargo de los recados. Pero Quirós dijo que no, que había que mantener las jerarquías y la antigüedad y que el que continuaba como dependiente era yo y los recados serían para Paco Ignacio, que, efectivamente, era entonces un poco más fuerte que yo, que siempre fui un niño delgado y débil. Pero ya había demostrado mi eficiencia como dependiente. Entonces, claro, nos juntamos allí dos chiquillos de las misma edad (él me llevaba seis meses), y empezamos a hablar y a tratarnos. Hasta entonces yo había sido un niño solitario; no tenía una peña de amigos y me dedicaba a leer, pero Paco Ignacio me cautivó, me dejó sorprendido. Era un tipo alegre, cariñoso, dinámico. Muchas veces se habla de cómo era Federico García Lorca y de que la alegría estaba donde él iba, y yo recuerdo a Paco Ignacio Taibo del mismo modo. En la librería, Paco Ignacio me maravilló, hasta el punto de que mi madre me decía: "Ese chico no sé que tendrá, pero parece que estás enamorado de él"».

Amigos toda la vida.

«Paco Ignacio tenía un grupo de amigos: su propio hermano, Amaro; Ángel González y Benigno Canal, cuya familia tenía una herrería en Foncalada. Tenían hasta una sociedad que se llamaba PIABA, que era Paco Ignacio, Amaro, Benigno y Ángel. A mí me aceptaron enseguida y creo que por lo siguiente. Benigno tenía un hermano en la cárcel, un cuñado escondido y le habían fusilado un hermano de 18 o 19 años; le habían paseado. Ángel tenía un hermano exiliado y otro fusilado, que creo que se llamaba Manolo y también se lo pasearon. Y Paco Ignacio tenía a su padre y a su tío escondidos. Yo no tenía a nadie en esas circunstancias; digamos que era apolítico, pero mi tío Sandalio estaba en aquel momento en la cárcel y tenía encima la pena de muerte. Entonces se ve que Paco Ignacio le dijo a los escondidos: "Hay un chiquillo allí que es sobrino de Sandalio Suárez, el de Mieres". "¡Hombre, Sandalio!", debieron de reaccionar, y yo creo que eso favoreció que dijeran: "Este es de los nuestros". De ahí nació una amistad que todavía existe. Sigo en contacto con Benigno que vive en Venezuela, y con Amaro, que está en Querétaro y con Ángel y Paco Ignacio hemos seguido toda la vida siendo amigos, hasta su fallecimiento».

Periodistas de «Avance».

«De aquel grupo de cinco amigos ninguno quedó en Oviedo. Benigno, incluso antes de casarse, se marchó a Venezuela y se casó después por poderes con una gijonesa. Y los Taibo se marcharon a México. Se marcharon porque Paco Ignacio y Amaro tenían una hermana, Ana Mari, que se casó con un chico de Bilbao que había estudiado Perito Industrial en Gijón, junto con Amaro. Nada más casarse, se marcharon a México y les fue muy bien, y como Amaro también era perito industrial se fue detrás y la familia Taibo, que siempre había estado tan unida que parecían un clan, quedó dividida. Entonces murió Adeflor, el director de "El Comercio", donde Paco Ignacio era el alma del periódico, como redactor jefe. Creyó con razón que iba a ser director, pero llamaron a Carantoña en 1954. Paco Ignacio habló con Juan Aparicio, que era el factótum del periodismo español, director general de Prensa o alto cargo por el estilo, y le dijo: "Amigo Taibo, usted nunca dirigirá un periódico en España". Y entonces decidió marchar también a México. Pesaban los antecedentes de su padre y de su tío en "Avance". Ignacio Lavilla que había sido, creo, también redactor jefe en "El Noroeste", no tenía significación política, pero era muy buen periodista. Había ocurrido lo mismo con Javier Bueno, director de "Avance", que tampoco era un significado socialista, pero sí un magnífico periodista y ahí el Partido Socialista se portó con sentido común y para su periódico había escogido a buenos profesionales. "Avance" resurgió en 1936 porque la anterior redacción había quedado destruida en el 34, en la calle de la Lila, donde estaba la Casa del Pueblo y donde hay ahora un centro de salud. La nueva redacción se instaló en la calle Asturias y por cierto hubo un constructor que creo que era de aquí, de San Claudio, al que llamaban el Manilu, que levantó parte del edificio, pero nunca le pagaron porque el Partido Socialista, al estallar la guerra, no le pagó, y los nuevos dueños del edificio, tampoco».

Alfonso, una celebridad.

«Ese edificio se llamó después de la guerra la Casa España, cuando en él se estableció LA NUEVA ESPAÑA, en la antigua sede de "Avance" que además puede que hubiera sido la sede del Partido Socialista. Allí estaba también Radio Asturias con el amigo Arias de Velasco de director, al igual que del periódico, un gran tipo. Yo tuve una emisión de radio porque cuando abrí la Librería Colón, hacia 1946, le dije un día a Arias de Velasco que si podía contar unos cuentos en antena. Yo tenía una voz bastante agradable y la idea era hacer una emisión que también fuera un poco de publicidad de la librería. Él lo aceptó encantado y durante unos dos años estuvimos haciendo un día a la semana un programa en Radio Asturias, emisora FET-22, Falange Española Tradicionalista-22. Allí había muy buenos profesionales y uno de los locutores era Antonio Avello, hermano de Manolo Avello, el periodista de LA NUEVA ESPAÑA. Lo curioso de LA NUEVA ESPAÑA es que fue un periódico que enseguida fue aceptado y captó muchos lectores. En Gijón estaba "El Comercio", y en Oviedo "Región" y "La voz de Asturias", pero LA NUEVA ESPAÑA, aunque era un periódico incautado y de Falange, se impuso. Debió de estar muy bien dirigido y saber acercarse a los lectores. Además de los periodistas, el que hizo mucho por el diario debió de ser Alfonso, el dibujante, que era una celebridad. La gente abría el periódico buscando el chiste de Telva y Pinón, que tenía verdadera gracia, y semanalmente en la "Hoja del Lunes" publicaba una tira que se llamaba "Lo que paso en siete días contado para que te rías". En el periódico estaban también periodistas como Toño o Eugenio de Rioja».

Evitar el furor.

«Volviendo a la pandilla de amigos, en aquellos años éramos mozalbetes y corríamos de un lado para otro. Cuando venía Franco íbamos al Naranco, aunque mis amigos mostraban más significación política que yo. Ángel estudiaba, Paco Ignacio trabajaba conmigo en la librería, Amaro trabajaba en un farmacia en la calle del Rosal, la farmacia Olay, y Benigno trabajaba en la herrería, con fragua y todo. Y en aquella fragua, que tenía el piso de tierra machacada, aprendimos a bailar. No recuerdo quién nos prestó un tocadiscos manual, de aquellos de manivela, y con la hermana de Benigno y dos amigas que ella tenía aprendimos los bailes. Después, claro, llegó un momento duro. Estando yo en la librería, un día llegaron dos señores y preguntaron: "¿Paco Ignacio Taibo?". "No, no está en este momento". "¿Dónde vive, en la Tenderina número tal?". "Sí", y marcharon. Cuando volvió Paco Ignacio se lo dije y él enseguida captó la situación. Salió corriendo para casa. Vivía en el Postigo Bajo y efectivamente aquellos dos, que eran policías, habían llegado a la puerta de casa y habían dicho sin contemplaciones: "Que salga Benito Taibo". Además del padre salió Lavilla. Pero ya había pasado el furor y esa era la clave de todo: las persecuciones de justo después de la guerra eran las que hubo que esquivar y estuvieron escondidos contra el furor. Si los cogen en el año 37 o el 38 los fusilan, pero como los cogieron en el 39, o muy a finales del 38, los metieron en la cárcel y hubo un juicio. Estuvieron poco tiempo en la cárcel y entonces, al salir de la prisión, vivieron en Oviedo unos meses, puede que no llegara a un año, y como ellos tenían la vida en Gijón volvieron allá. Tenían buenas amistades y Benito e Ignacio enseguida se situaron».