Los biólogos no se explican la actitud de «Mansín», el urogallo que pasea cada día por las calles de Tarna, pueblo de la montaña asturiana. Deberíamos verlo como un enviado. La cota de nieve ha subido cientos de metros por efecto del cambio climático, y el urogallo ya no encuentra frío de hogar en la que fue su casa, la franja más alta del bosque, visto lo cual la etnia envía un osado aventurero a explorar la selva urbana, que antes era tabú. Los naturales le han puesto de nombre «Mansín», por si acaso, pues al anterior enviado, que era algo violento y se ganó el nombre de «Picoteru», lo liquidó el sistema. Visto el fatal desenlace de la exploración a la brava, «Mansín» hace esfuerzos por agradar al indígena. La gesta de «Mansín» es tan admirable como la de Livingstone en busca de las fuentes del Nilo, pero los urogallos, maestros en lírica, no han dado buenos poetas épicos para contarlo.