Oviedo, Javier CUERVO

Rosa María García Lobo (Boo, Aller, 1945) fue artísticamente Rosa Mar en sus comienzos al inicio de los años sesenta y hasta la actualidad, Maya, nombre con el que descubrió el repertorio sudamericano; Rosa María Lobo, con el que concursó en el Festival de la OTI, el gran premio de la canción Iberoamericana en 1979, y Rosa María Patallo. Tiene más de 40 discos y conserva admiradores en España y América. Su vida ha sido difícil desde la niñez, con éxito e infortunio, una larga enfermedad crónica y la muerte de un hijo. Está encantada con su nieta Rosa María y la luz de Benidorm (Alicante). Ha querido contarlo a LA NUEVA ESPAÑA y transmitir la paz que ha logrado construir en su interior.

-¿Cuándo se casó usted?

-En 1972, a los 27 años. Luis José León, de Santo Domingo, se presentó de modo muy romántico. Yo actuaba en «El rincón del tango» como Alberto Cortez, Carlos Acuña, Betty Missiego? Arriba estaba el restaurante Tranquilino y una noche, cenando con mi hermano Luis, me di cuenta de que, en una mesa cercana, no me quitaba ojo un hombre que me resultó muy atractivo. Cuando bajé al camerino la puerta estaba atascada. Estaba lleno de rosas rojas de un admirador. Aunque no saludábamos al público en las mesas, el propietario de Tranquilino me pidió que le acompañara a ver a un amigo y a unos familiares y me presentó a Luis José, el admirador de las rosas y de la mesa cercana. Nos casamos un año después. Tuvimos a Juan Luis en 1974 y a Manuel en 1976. Vivíamos en la calle Orense. Yo actuaba mucho y ganaba para vivir bien, aunque no para ahorrar. Él tuvo problemas con su empresa de parqué. A mí me reclamó el sello Zafiro para cantar composiciones de poetas jóvenes como Pablo Herrero, José Luis Armenteros y José Luis Moreno Recuero con arreglos de Juan Carlos Calderón.

-Tiempos de «Alma de gaviota» y «Viviré», con la que fue a la OTI como Rosa María Lobo.

-No gané pero salía en TVE cada 15 minutos. Era la primera vez que cruzaba el charco y actué en muchas televisiones de América.

-Se separó en 1981.

-Acabamos bien, él regresó a su país y luego se casó allí. Falleció en 2010. Una vez al año venía a ver a sus hijos o iban ellos allá.

-Quedó sola con dos pequeños.

-Conocí a Ángel Martínez, que tenía una cafetería debajo de casa y que me admiraba mucho. Yo necesitaba apoyo, estaba muy vulnerable. Quedé embarazada y me di cuenta de que no era una relación duradera. Él pasaba una crisis matrimonial y al final se arreglaron. Tuve a mi hijo Angelín en 1984. Su padre quiso criarlo y su mujer aceptó al niño como un hijo más. Fue como si me arrancaran algo pero ya tenía que enfrentarme sola a la vida con dos hijos. Angelín sabe que soy su madre, viene a verme, me ayudó mucho. La renuncia me trastornó, me deprimí mucho... bebí. No soy alcohólica, no tengo necesidad de beber, pero el exceso de alcohol fue lo más negativo en mi vida. De todo se aprende. Volví a Asturias en 1985. Quería grabar algo de música asturiana y Juan Taboada me produjo un disco.

-¿Dejó lo que tenía?

-Mi ex marido tenía un poder mío, vendió el piso y quedé sin nada. Mantuve el mánager de Madrid que me conseguía actuaciones y traje conmigo a Walter Suárez, un guitarrista argentino que quería quedarse en España. Le propuse hacer algo juntos y que me ayudara con el sonido y todo lo que supone una actuación. Trajo a su esposa y a sus hijas a Asturias. Una gran persona. Años después se casó con Susana, la de los niños, «Susana Show», que es como una hija mía y un ángel para mí. La vi en una de las primeras actuaciones que hicimos en Asturias y me encantó su entusiasmo. Hemos compartido escenarios, viajes, vivencias y hasta hoy vela por mí día a día.

-Sus dos hijos se dedicaron a la música. ¿Lo vivieron en casa?

-Sí y lo traían dentro. Santos Alonso y Walter Suárez fueron sus primeros maestros. Manuel subía al escenario a los 13 años y daba clases a los 16. Juan Luis trabajo intensamente en «¿Qué te hicieron, Asturias, qué te hicieron?» como compositor, arreglista y guitarrista.

-Abrió Scala Principado en Pola de Siero en 1990.

-Al principio fue muy bien. Vinieron Carlos Mejía Godoy y los de Palacagüina, Luis Aguilé, Georgie Dann... Era mucho y descuidaba los gastos. Duró 2 años. Me arruiné y me fui a Benidorm, buscando la luz y un sitio junto al mar. Vi el Bubu Beach, hablé con la empresa, hicimos un contrato, alquilé una casa y llamé a mis hijos a Oviedo. Tenían 20 y 18 años y habían formado el dúo «Uno + uno». Les invité a venir como si se tratara de vacaciones. Cuando llegaron empezó la etapa más feliz de mi vida. Entonces no bebía, volvía unirse la familia y se formaban colas para el espectáculo.

-Allí volvió a casarse.

-Tiempo después, en 1988, con Jan Flatten, noruego, una buena persona. La señora de la publicidad del Bubu me daba, cada cierto tiempo, una rosa de un señor que paseaba un perrito y que no entraba al espectáculo. Una tarde, tomando algo en una terraza con una amiga, me tocaron en el hombro, miré hacia arriba y un vikingo que no se acababa nunca me dijo: «Yo namorado de ti cuatro año en distancia». Me agradó. Mi hijo Manuel se había ido a Tenerife de guitarrista flamenco del ballet español de Carmen Mota y Juan Luis pasaba un año en Nueva York profundizando sus conocimientos de jazz. Tampoco acerté. Él bebía, yo volví a beber.

-En 2000 murió su hijo Juan Luis. ¿Cómo sucedió?

-Era un romántico...

(Rosa María Lobo no quiere contarlo por no hacer sufrir a su hijo Manuel. Accedió a esta entrevista sin condiciones pero en el primer encuentro aportó un texto que funciona como su guión para que no queden fuera ningún agradecimiento o hecho importante. La página 10 cuenta lo que le supuso esa muerte trágica e impulsiva):

«Eran las 5 y 25 de la madrugada del 19 de agosto de 2000 cuando me desperté y me levanté buscando a mi hijo Juan Luis por la casa. Fui a la terraza donde se tumbaba con frecuencia en aquellas noches de verano y se disponía a contemplar el firmamento y a soñar... enamorado y a planificar. Yo sabía que esa noche no vendría a dormir a casa porque se quedaba con su novia Sonia pero yo lo andaba buscando... no sé por qué. Me senté en el sofá del salón y me quedé dormida. Me despertó el timbre del teléfono móvil... lo cogí, asustada... intuyendo algo. Era la Policía. Me dijo: «¿Es usted la madre de Juan Luis León?». (Tuve la sensación de haberlo escuchado antes). Ante el dolor de la noticia de la muerte de mi hijo Juan Luis no hay palabras. Pasaría media hora cuando tuve la sensación de que mi hijo estaba conmigo, intenté serenarme al sentir que me transmitía: «Era mi día, mamá, estoy bien». Yo lo sentía y poco a poco me fue invadiendo en el centro del pecho una energía de amor dulcísimo, maravilloso, que me fortalecía y me inundaba de algo extraordinario.