Viven de noche. Emiten sonidos lúgubres, a veces horripilantes. Y se desplazan en completo silencio, como fantasmas. Todo ello ha excitado la imaginación y ha alentado la superstición en torno a las rapaces nocturnas -lechuzas y búhos-, tenidas tradicionalmente por aves de mal agüero y por anunciadoras de la muerte. Esa mala fama les ha acarreado persecución, particularmente a las especies más antropófilas, como la lechuza común, que utiliza las edificaciones humanas -desvanes, tenadas, campanarios- para instalar sus nidos. La educación ambiental ha permitido superar en gran medida esas supersticiones; al mismo tiempo, la investigación ha profundizado en los detalles de su biología y en sus adaptaciones.

l Vista. Es un sentido muy desarrollado. Su percepción de las formas y del movimiento en condiciones de escasa iluminación es muy superior a la nuestra. También por el día, en contra de la creencia, muy extendida, de que la luz diurna las ciega. Sin embargo, apenas perciben los colores (las especies más diurnas los distinguen, pero pierden agudeza), y si la oscuridad es total ven tan mal como nosotros. El campo visual de los búhos es muy similar al humano (compartimos, igualmente, la posición frontal de los ojos y la visión binocular), aunque ellos no pueden mover los globos oculares dentro de sus cuencas; para compensar esa limitación, su cabeza tiene una extraordinaria capacidad de giro, hasta 270 grados. La manera que tienen de moverla arriba y abajo no es sino un medio auxiliar de determinar lo que están viendo y de situarlo con respecto a su posición (las garzas oscilan de forma análoga la cabeza y el cuello para compensar la refracción del agua mientras pescan).

l Oído. El oído de los búhos es aún más fino que su vista. Una característica anatómica peculiar de este grupo es la posición asimétrica de los oídos, descrita en nueve géneros (entre ellos los que comprenden seis de las ocho especies españolas: la lechuza común, los búhos real, chico y campestre, el cárabo común y el mochuelo boreal) y directamente relacionada con la percepción auditiva. Además, uno de los oídos, generalmente el derecho, es más grande que el otro (a veces hasta un 50 por ciento) y se sitúa más alto en la cabeza. Estos rasgos permiten afinar al milímetro la localización de las presas, que las rapaces nocturnas detectan por sonidos que nosotros no somos capaces de percibir, como el tenue roce que produce el desplazamiento de un insecto entre la hojarasca. El espectacular cárabo lapón de la taiga descubre incluso a los roedores que se mueven en sus galerías por debajo del manto de nieve en invierno. Al igual que la vista, el oído está más aguzado en las especies de hábitos estrictamente nocturnos, como la lechuza común. El distintivo disco facial, un conjunto de plumas entrelazadas dispuestas de forma concéntrica en torno a los ojos y delimitadas nítidamente por otras plumas cortas y apretadas (la típica «cara» ancha y redondeada), también aparece más marcado en esas especies, a las que ayuda a captar las ondas sonoras como si se tratase de una antena parabólica. Un búho que oye el movimiento de una presa orienta la cabeza frontalmente hacia ella a la espera de un segundo ruido que le permita precisar su posición. Mediante movimientos de la cabeza hace que ambos oídos capten el sonido y determinen exactamente su origen. En ese momento ya puede lanzar el ataque. Dado que su vuelo es silencioso (una cualidad que aún no se ha explicado satisfactoriamente), durante la aproximación el cazador continúa oyendo los movimientos de su presa y puede corregir la trayectoria sobre la marcha si es preciso.