El regionalismo asturiano que reivindica Francisco Álvarez-Cascos tiene marcada su fecha fundacional en 1916 y cuenta entre sus promotores a Juan Vázquez de Mella, Álvaro Fernández de Miranda, Nicanor de las Alas Pumariño o Ignacio Herrero. «Regionalismo, catolicismo y cuestión social» fueron, según Bernardo Fernández, consejero de la Presidencia con Pedro de Silva y estudioso del movimiento, los ejes sobre los que pivotó aquel primer regionalismo y con los que obtuvo dos diputados en los comicios de 1916. Marcado desde el inicio por el carlismo de Vázquez de Mella, al que se censuraba su escaso apego real a Asturias, este asturianismo primigenio estuvo anclado en lo que se dio en llamar teoría del regionalismo nacional: pluralidad y unidad. Su vida fue efímera, de escaso éxito y ligada a figuras conservadoras, muchas ellas del ámbito de la nobleza.

Desde finales del siglo XIX, el Principado asistió al desarrollo del asturianismo cultural. Ésa fue la placenta en la que se gestó el regionalismo político posterior, de mucha menor relevancia. Destaca el grupo de estudios «La Quintana», integrado, entre otros, por Braulio Vigón, Fermín Canella, Fuertes Acevedo, Ciriaco Miguel Vigil o Félix Aramburu. En literatura, y después de Teodoro Cuesta y Acebal, surge lo que Antón García denomina la «Xeneración del Folklore», con Marcos del Torniello, Ánxel de la Moría o Pachu´l Peritu. El cambio de siglo no frenó el desarrollo de este impulso cultural ligado a la tierra, con una generación de excelentes pintores que retrataron la vida y las costumbres de la región, con Valle y Piñole como figuras más destacadas. En el campo de la música, Martínez Torner, Nuevo y Miranda, Maya y Rodríguez o Baldomero Fernández realizan por aquel entonces una impagable labor recopilatoria. También ya en el siglo XX, Pin de Pría, Pachín de Melás, Fernán-Coronas, Fabricio o María Balbín conforman una nueva corriente literaria asturiana, que Antón García ya define como «regionalista». En 1920, gracias en muy buena medida al empuje de Fabricio, se crea la Real Academia de Artes y Letras Asturianas, cumpliendo así el sueño jovellanista.

En este ambiente cultural surgirán esos nuevos movimientos políticos de carácter regionalista, que, en algún caso, alcanzarán cierta relevancia en la política asturiana del primer cuarto de siglo XX, pero sin llegar a ser hegemónicos ni transcender en el tiempo. Ya en 1915, el filósofo José Ortega y Gasset resumía sus impresiones sobre Asturias en «tres sospechas», citadas por Bernardo Fernández en el estudio sobre el tema publicado en la «Historia General de Asturias» de Silverio Cañada. A saber: «1ª. No existe en toda España un país donde con mayor pureza en intensidad se den los caracteres de una unidad regional. 2ª. Que falta por completo en Asturias la clara conciencia de eso. 3ª. Que España recibirá incalculables beneficios el día que los asturianos adquieran esa clara conciencia regional y actúen en España no como asturianos, sino como Asturias».

La quiebra del sistema político de la Restauración, la ruptura de los partidos dinásticos que se iban turnando en el poder, la terrible Guerra de África y una profunda crisis económica tejieron el telón de fondo sobre el que se generalizaron en numerosos puntos de España los movimientos regionalistas. En Asturias, entre 1916 y 1923, se produjeron diversos intentos de poner en marcha fuerzas de este tipo. La actividad regionalista en otros puntos del país y, por ejemplo, la pujante actividad de la Lliga Regionalista Catalana en defensa de los intereses económicos de esa comunidad ayudaron a incrementar entre algunos sectores de la población el sentimiento de que Asturias era una región que no solo no tenía una adecuada representación en la política nacional, sino que se la dejaba de lado, pese a su relevancia como principal productora de hulla.

Apunta el sociólogo Pablo San Martín en «Asturianismu Políticu 1790- 1936» que las primeras elecciones a las que concurrió el regionalismo asturiano fueron las de 1916, cuando el movimiento aún estaba por estructurar. El tradicionalista cangués Juan Vázquez de Mella, que hasta entonces había sido diputado por distritos navarros, acudió a Asturias para presentarse a los comicios en alianza con el banquero conservador Ignacio Herrero Collantes, marqués de Aledo y líder de los «herreristas», importante corriente de la derecha política asturiana de la época. La candidatura de Mella, a quien se le acusaba de tener escaso contacto con Asturias, no cayó excesivamente bien en parte del espectro conservador de la región, aunque, finalmente, y con el apoyo de los mauristas, salieron elegidos diputados Mella y Herrero, además del reformista Ramón Álvarez Valdés. Por cierto, durante la campaña, Vázquez de Mella potenció el discurso regionalista por encima del carlista o tradicionalista que le era más propio. «La primera obligación de Asturias es asturianizarse. Pueblo que pierde su originalidad o es pueblo degenerado o reniega de sí mismo al divorciarse de sus antepasados», escribió el cangués al poco de llegar al Principado.

Vázquez de Mella convocó de inmediato una asamblea en Covadonga para articular el programa del regionalismo asturiano, en lo que veía como la culminación de «la unión de las derechas». Al tiempo, se van creando numerosos centros regionalistas, el primero en Ujo (Mieres). Entre dos y seis mil personas, según las fuentes, acudieron al acto de Covadonga. Reseña Pablo San Martín que, junto a los círculos regionalistas, estuvieron presentes en el evento dos agrupaciones tradicionalistas, una jaimista, una maurista, dos católicas y seis sindicales del campo. Allí, el líder carlista defendió el proyecto regionalista para el conjunto del Estado español, consistente en la afirmación de la pluralidad regional y la unidad nacional, incluyendo una importante cuota de autogobierno y hasta un «pase foral» para el Principado. Además, aprovechó para fijar una nueva reunión para Oviedo, en la que ya se creó definitivamente la denominada Junta Regionalista del Principado de Asturias, con Vázquez de Mella como presidente honorífico y Álvaro Fernández de Miranda, vizconde de Campo Grande, como presidente efectivo y principal ideólogo.

La relación de los integrantes de las comisiones de estudios da buena cuenta del origen social de parte de la cúpula de la Junta. En ellas estaban, junto al vizconde de Campo Grande, el marqués de la Vega de Anzo, el magistral de Covadonga y el marqués de Mohías. Y es que, en unas declaraciones al periódico «El Imparcial», recogidas por Bernardo Fernández, explica el propio Mella: «En el movimiento de Asturias entran la aristocracia, los grandes terratenientes, el clero en masa y gran parte de las entidades bancarias que lo mueven todo». Se quería al movimiento como una especie de «partido de partidos» en el que hasta se admitía la doble militancia.

Con el apoyo de los conservadores asturianos, la Junta dispuso de dos diputados provinciales en 1917 -Juan Nespral y Ramón Prieto- así como de once ediles en el Ayuntamiento de Gijón y algunos en otros concejos asturianos, como Siero y Laviana. Para los comicios de 1918, varios candidatos tradicionalmente conservadores se presentaron ante el electorado como regionalistas: es el caso de los condes de Revillagigedo o de Mieres, de Santiago Pidal en Villaviciosa o del propio Herrero.

En este marco general, es en 1918 y 1919 cuando se producen las peticiones de autonomía para Asturias, que tampoco lograron tener éxito. En diciembre de 1918, la Diputación aprobó unas bases para la autonomía del Principado, con unos criterios exclusivamente descentralizadores. Mucho después, ya proclamada la II República, se designó una ponencia encargada de presentar un proyecto de estatuto de autonomía, de cuyos resultados nunca se supo. Sabino Álvarez Gendín, también citado por Cascos en su discurso de investidura, publicó en un apéndice del libro de 1932 sobre el regionalismo asturiano unas bases para este estatuto.

Redactado por Ceferino Alonso Fernández, «El cenobita», José González y el vizconde de Campo Grande, el folleto «Doctrina Asturianista, aprobada por la Junta regionalista del Principado» supondrá el gran ideario de la junta fundada por Vázquez de Mella. La obra vio la luz en 1918 y está articulada en preguntas y respuestas, como si fuera un catecismo. Entre sus epígrafes destaca el titulado «Agravios inferidos a Asturias». Como advierte Bernardo Fernández, el radicalismo es sólo verbal y postula un poder regional asturiano, institucionalizado en unas cortes asturianas o Junta, dotadas de poder legislativo y «pase foral», elegidas por referéndum de los ayuntamientos, en los que existirá la representación por clases sociales y la corporativa, además de la personal. La Junta designaría una diputación ejecutiva, mientras que la Hacienda se articularía con la central mediante conciertos económicos. La Administración regional debería de estar descentralizada en comarcas y en municipios autónomos y autárquicos. Además, Asturias tendría sus propios tribunales de Justicia y la Universidad sería regional. El movimiento declinó a partir de 1918, en favor del reformismo y, ya en 1923, apenas tenía presencia pública.

La Liga ProAsturias fue el otro gran movimiento regionalista en el Principado, más práctico pero no más exitoso. Su impulsor fue Nicanor de las Alas Pumariño, quien no aspiraba a conformar partido, sino una especie de grupo de presión. «Para una eficaz acción en favor de Asturias es menester que sus representantes en Cortes se constituyan en unidad inquebrantable en defensa de cuanto sea de interés regional», escribió Pumariño para lograr dotaciones de puertos, ferrocarriles o industria militar. La Liga nunca llegó a constituirse.