Oviedo, José A. ORDÓÑEZ

«El Vaticano II sigue vigente en su letra y en su espíritu como base segura para la nueva evangelización. Es necesario, en todo el orbe cristiano, recurrir una y otra vez al Concilio que abrió la Iglesia católica a su responsabilidad misionera en los tiempos actuales». La reflexión es del obispo emérito de Oviedo, Gabino Díaz Merchán -don Gabino-, el único padre conciliar español que sigue vivo. Con ella cerró la lección inaugural del nuevo curso en el Seminario de Oviedo, una disertación en la que prestó especial atención a la vigencia actual de la histórica cita ecuménica, en cuya cuarta sesión participó al poco de ser nombrado obispo de Guadix-Baza, en 1965. La disertación de Díaz Merchán (Toledo, 1926), presentado por el actual arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, como «un padre y un hermano mayor», abarrotó el aula magna del edificio ovetense del Prau Picón.

Recordó Díaz Merchán de aquellas intensas semanas en Roma «el método admirable y riguroso con el que se trabajó en el Concilio» y cómo «bullía la ciudad de movimientos e intervenciones de toda clase, dirigidas a influir en la opinión pública y en nuestras deliberaciones». Sin embargo, frente a esa agitación «el ambiente interno era de paz y de creciente optimismo, a pesar de las incesantes críticas que caían sobre nosotros diariamente», señaló.

El arzobispo emérito ensalzó la figura del cardenal Roncalli, Juan XXIII, por haber introducido a la Iglesia en una nueva etapa histórica. «El impulso renovador de aquel anciano Pontífice, apoyando su debilidad en la Divina Providencia, le movía a abrir puertas y ventanas de la Iglesia, para comunicarla con el mundo exterior y prepararla para la misión evangelizadora de la nueva sociedad que estaba gestándose», subrayó el veterano prelado. A su juicio, lo que distinguió al Vaticano II de otros concilios fue «su estilo», pues «se desarrolló con una intención claramente pastoral». Además, también valoró otras características del magisterio de Juan XXIII, como «corregir los errores con misericordia y no con anatemas» y «su deseo de contribuir a la unidad de la Iglesia y al progreso de todo el género humano, hoy tan dividido por intereses materiales»

El titular de la diócesis asturiana entre 1969 y 2002 y presidente de la Conferencia Episcopal de 1981 a 1987 reconoció que «la recepción» del Concilio «no fue la que esperábamos al despedirnos en Roma en la fiesta de la Inmaculada de 1965», pero apuntó que «las dificultades del posconcilio tampoco justifican la actitud de desencanto que hoy manifiestan algunos sectores de la Iglesia, que habían imaginado tal vez otro discurso de los acontecimientos». Tras asegurar que «todo Concilio necesita tiempo para ser asimilado», Merchán destacó que los últimos Papas han orientado su aplicación a la nueva evangelización, que, según indicó, «fue el principal objetivo» del Vaticano II.

«España es un pueblo que ha evolucionado mucho y que ha pasado en pocos años de ser un pueblo socialmente cristiano, de régimen confesional, a una sociedad regida por una Constitución laica», aseguró Díaz Merchán. Se trata, según dijo, de una sociedad en la que, «entendida correctamente, los cristianos hemos de desarrollar nuestra vida religiosa sin cortapisas ni privilegios». Y es que, a su juicio, siguiendo la declaración de libertad religiosa del Concilio, «los católicos hemos de descubrir nuestra manera de estar y de comportarnos como ciudadanos y como católicos, discerniendo con claridad la nueva situación en la que nos encontramos».

En este sentido, alertó de que en el mundo actual «algunos valores evangélicos también pueden haberse oscurecido en los creyentes por el cambio social y cultural, con lo que el testimonio evangelizador queda ensombrecido y la propuesta cristiana pierde impacto; una situación en la que muchos católicos se aferran a prácticas tradicionales, que carecen de referencia al compromiso social cristiano, y las prácticas religiosas se quedan vacías de contenido religioso o se reducen a un sucedáneo de otros valores». Es ahí donde Díaz Merchán entiende «necesario esclarecer las prácticas religiosas, aclarar los conceptos básicos y, sobre todo, renovar en profundidad la conversión de los cristianos». Será, según dijo en el tramo final de su conferencia de ayer en Oviedo, «confesando con humildad y firmeza la pertenencia a la Iglesia y defendiéndola de acusaciones infundadas que, con frecuencia, se difunden contra ella injustificadamente».