El juicio contra José Manuel G. B., el gozoniego de 72 años al que sus cuatro hijas denunciaron por agresiones sexuales continuadas desde que eran niñas -aunque sólo se le juzga por las violaciones a la menor de las mujeres, al haber prescrito las de las otras tres- quedó ayer visto para sentencia. Tanto el fiscal como la acusación particular mantuvieron su petición de diez años de cárcel, y ello a pesar de que en el juicio los peritos psicólogos mantuvieron discrepancias sobre la credibilidad de la denuncia planteada por la menor de las mujeres. Dos de los tres psicólogos llamaron la atención sobre las contradicciones de la víctima respecto a las fechas de las agresiones sexuales y a la forma en que éstas se produjeron. El acusado mantuvo en todo momento su inocencia y aseguró que todo era una venganza de unas hijas que en el pasado llegaron a agredirle y a las que ganó un juicio por lesiones.

Las cuatro hijas del acusado mantuvieron en la vista de ayer que habían sido violadas por su progenitor desde su más temprana edad, en el caso de la menor de las mujeres, desde los cinco años. Sin embargo, aunque cada una de ellas explicó cómo se habían producido las agresiones de las que había sido víctima, ninguna de ellas pudo aseverar ante el tribunal que hubiese sido testigo de las violaciones sufridas por las demás.

Ni siquiera la madre, que también testificó en el juicio de ayer. La mujer indicó que no había sido consciente de las agresiones sufridas por sus hijas, algo que la mayor, María de los Ángeles G. G., niega taxativamente. Según esta mujer, confió a su madre lo que estaba ocurriendo y ésta le dijo que era mejor que no denunciase, porque eso les dejaría dejado sin medios de subsistencia. Para la hija mayor, su madre fue «la cooperadora necesaria» de las violaciones de su padre.

La defensa basó parte de su estrategia en este supuesto desconocimiento de las agresiones. Si las violaciones se produjeron, sostuvo, tuvieron que ser conocidas por todos, puesto que vivían en una casa de 36 metros cuadrados, con dos habitaciones y un salón minúsculo. Pero nadie, aparte de las hijas, fue testigo de las mismas. Las víctimas argumentaron que siempre se producían cuando no había nadie en la casa, y en el caso de la hija mayor, en descampados, dentro del coche de su progenitor.

La acusación particular, ejercida por tres de las hermanas, bajo la dirección letrada de Ana María González, manifestó que al menos dos de las hijas habían tenido que someterse a tratamiento psiquiátrico a consecuencia de las agresiones sexuales. La defensa, a cargo del letrado José Luis Arrojo, manifestó que esos tratamientos fueron por un proceso de anorexia y a consecuencia de un aborto, no por las supuestas violaciones. La defensa mantiene además que todas las agresiones, si se produjeron, han prescrito, incluidas las de la menor de las hijas. Ésta denunció que había sido agredida hasta agosto de 2003, ya con 19 años, y que tuvo que marcharse de casa para acabar con ellas. La defensa del padre mantiene que esa fecha se incluyó en la denuncia para evitar la prescripción de los supuestos delitos.

María de los Ángeles G. G., a la que su padre supuestamente dejó encinta a consecuencia de una las agresiones sexuales, cuando tenía 17 años, acudió al juicio para relatar el calvario vivido en aquella casa de La Piñera. La mujer salió del envite hecha un manojo de nervios y no pudo evitar prorrumpir en un desconsolado llanto al salir de la sala de vistas. «Si la Justicia hubiese actuado de otra manera, mi hermana menor no habría sido agredida. La Justicia ha actuado demasiado tarde», aseguró. Y es que esta mujer no olvida que denunció los hechos ante la Justicia con 18 años, después de dar a luz al hijo engendrado por su propio padre, que es ahora un joven de 27 años. Una prueba de ADN así lo corrobora, según la mujer. «Me tomaron por loca, dijeron que mi testimonio no era fiable», aseguró. Ayer en el juicio, tuvo oportunidad de explicar en qué consistieron las agresiones y cómo la golpeaba con dureza cuando se oponía a sus lúbricos deseos.

En cuanto al acusado, José Manuel G. B., que ahora reside en Burela (Lugo), llegó muy relajado al juicio. «Estoy tan tranquilo como cuando estaba durmiendo hoy a las tres de la mañana», aseguró, poco antes de enfrentarse a las cinco mujeres de su familia. Después de la vista, que se celebró a puerta cerrada, se mostró un poco más irritado. «Pude defenderme. Han dicho un montón de mentiras, pero ya lo esperábamos. Cuando miraba a alguna de ellas, miraban para otro lado. Me acusaron de tocamientos y de el sexo, que es el plato fuerte de ahora», señaló. En cuanto a la posibilidad de que hubiese tenido un hijo con su hija mayor, que esgrime un análisis de ADN, el acusado se mostró tranquilo: «En cualquier caso, eso está prescrito». El hijo que supuestamente tuvo con su hija ha estado muy ligado a él desde que era niño. Como reconoció a LA NUEVA ESPAÑA, lo ha tratado «como un hijo».

Las otras tres hijas y la madre eludieron hacer cualquier declaración ante los medios de comunicación. Estas mujeres están enojadas con la hermana mayor, por su decisión de hacer públicas las agresiones que había sufrido. Y es que hubiesen preferido que este asunto se mantuviese en la más estricta intimidad, y sólo en el ámbito judicial. Las tres hijas menores residen en la zona de Avilés, donde son muy conocidas. La sentencia de este juicio se conocerá en unos diez días.