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El lastimoso ocaso físico del "tigre de Tuilla"

Una lesión de espalda, la próstata, el corazón y una demencia senil abaten al exsindicalista

El lastimoso ocaso físico del "tigre de Tuilla"

Durante más de tres décadas fue un torbellino que agotaba a todos sus colaboradores -que le llamaban el "tigre de Tuilla"- y también a sus adversarios en las negociaciones. En los noventa, José Ángel Fernández Villa arrastraba problemas de espalda -oficialmente debido a un accidente en el Pozo Candín, en 1996; según otros, por las lesiones sufridas en una fiesta de Rodiezmo al caerle unas cajas de sidra encima, en 1986- que llevaron su jubilación anticipada. También coronarios. En 2014 se hicieron evidentes sus problemas neurológicos. En la última marcha minera, en Madrid, el de Tuilla ya "no sabía por donde entraba ni por donde salía", según sus compañeros.

Sus familiares lo llevaron al neurólogo, porque advirtieron que, al caminar, adelantaba la cabeza. El diagnóstico fue una lesión en el lóbulo frontal y un deterioro cognitivo. Para cuando se admitió a trámite la querella del SOMA, a finales de 2015, su estado era tan lastimoso que su abogada se confesaba incapaz de preparar adecuadamente su defensa.

Tenía que haber declarado en enero de 2016, pero dos forenses indicaron que no podía hacerlo. Villa sufría arranques de ira y llanto, no sabía siquiera quien era el rey de España, sus familiares habían observado pensamientos de muerte e incluso alucinaciones con familiares ya desparecidos.

A lo largo de 2016, Villa ingresó varias veces en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), con estancias de una semana. En la última, en octubre, su esposa María Jesús Iglesias describió el delirio que sufría su marido: pensaba que iba a volver a dirigir el sindicato y que el equipo de Pedro Sánchez se había puesto en contacto con él para ser su número tres.

El informe del neurólogo Alfredo Robles resaltó que Villa no estaba tan mal como quería hacer creer, y por tanto tuvo que declarar ante la juez de la querella del SOMA. Tuvo algún problema, algún arranque de ira, pero contestó medianamente bien. Confesó que ya no podía leer, que tenían que ayudarle para todo y una larga retahíla de enfermedades. Según su letrada, no sabía siquiera que tuviese una cuenta con 450.000 euros.

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