El tiempo es un recorrido incesante de la cuna al sepulcro? Y nada más. Con este entusiasmo diáfano se mostraron hace 400 años los escritores barrocos, que eran infelices y pensaban que el hombre después de venir al mundo lo que tenía que hacer era salir de él? Y todo porque la vida electrizada no era más que una pregunta constante y pertinaz sin posibilidad de respuesta? Así sucedió y así los mismos escritores barrocos convirtieron este pesar en un lugar común en la literatura, es decir, una reiteración, un tema repetido. El mundo va de salir de él, el mundo es puro tránsito? ¿Adónde van los besos que no se han dado?, se preguntaba hace algún tiempo un quejumbroso Víctor Manuel? Pero el de Mieres no hacía nada nuevo. Antes incluso de los escritores barrocos -esos de los Siglos de Oro- poetas medievales, razonando en latín y pensando en Platón, se cuestionaban el mundo. «Ubi sunt?», es decir, ¿dónde están «los jaeces, los caballos / de sus gentes y atavíos / tan sobrados? / ¿Dónde iremos a buscallos?»? que decía Jorge Manrique, cuando todavía Colón no había descubierto lo que había detrás del horizonte del Atlántico.

Y todo esto para hablar de Ricardo Marcos Bausá, arquitecto municipal a finales del siglo decimonónico, el creador de la primera zona de esparcimiento de los avilesinos, el creador de la «ciudad de los muertos» en La Carriona, que dice Juan Carlos de la Madrid, el cementerio del concejo, después de la ordenanza para el alejamiento de los cadáveres de los templos? Bausá, todo un contrasentido. Entre Avilés y Sabugo estaban las marismas... Eran tiempos de dinero de recorrido marítimo... La Habana soñada, un Avilés en las Antillas... Así comenzaba a crecer la ciudad. Aunque sería justo decir que lo que en puridad había que hacer era hilvanar la ciudad deshilvanada, la villa medieval y el pueblo de los pescadores. Y apareció Bausá, un arquitecto de relumbrón en aquellos entonces. Y sin planes parciales y sin planes especiales y tampoco sin planes generales, decidió dar a los avilesinos el espacio preciso para pasar los días de un mundo que sólo era paso. Así fue que nació el primer y único parque de la villa, el del Muelle, desde mediados de los ochenta del siglo XIX? y, guapamente, hasta mediados de los setenta de esta pasada centuria, cuando el Ayuntamiento de Ricardo Roces abrió a los avilesinos el jardín de los marqueses de Ferrera.

Bausá, pues, plantó un quiosco -que ahí anda todavía- y plantó también los árboles, que eran nada en su momento y que ahora son centenarios. La primera zona verde de Avilés, un poco antes de la ciudad de los muertos. Divertimento y túmulos... y así Bausá se convirtió en un hombre barroco. Cuna, sonrisa, y hasta sepulcro.