Sería muy socorrido comenzar el artículo de hoy diciendo: «Como todos sabemos, la mayoría de los países industrializados atraviesan una crisis económica que?». Pero lo cierto es que, como el tema de la crisis, aunque preocupante sin duda, está tan manido, he pensado no decirlo, aunque la cuestión que he decidido abordar hoy sea una consecuencia directa de este hecho. Me estoy refiriendo a la morosidad.

Siempre ha habido morosos, en mayor o menor medida y por unas u otras razones. No quiero hablar de quien hace de la morosidad su modo de vida disfrutando de cosas que nunca ha pensado pagar. Quiero hablar sobre los morosos de ahora, los morosos de este tiempo de paro y recesión económica, de gente que sólo duerme tranquila cuando tiene al día sus pagos, pero que dada la situación actual se ve obligada a devolver recibos o a no pagar cuotas de préstamos porque, seamos lógicos, si se duerme mal sabiendo que se tienen deudas, es casi imposible conciliar el sueño si lo que duele es el estómago. Por otra parte, es comprensible que las entidades quieran cobrar lo que prestaron y que lleven esos asuntos hasta donde la legalidad les permita; pero lo que no es comprensible es la actitud que han tomado las empresas satélite de las entidades financieras, esas que han crecido como hongos al calor de la desdicha ajena, que se dedican al trámite de cobro de estas deudas y que, para más inri, llevan comisión sobre las cantidades recaudadas.

Desde que hace unos meses me enteré de hasta dónde fue capaz de llegar una de estas empresas he estado recopilando comportamientos que me han parecido flagrantes. No voy a citar nombres, ni de las entidades ni de los particulares; que mantenga intacta la intimidad de esos morosos ocasionales es lo normal, algo a lo que tienen derecho; lo de las entidades es por equilibrar la balanza y no bajarme hasta el nivel en el que se mueven ellas.

Desde amenazar a una pareja de ancianos con hacer pública en su comunidad de vecinos su condición de morosos (y cumplir esa amenaza) hasta el caso de un pobre hombre que llevaba en paro más de dos años y que pedía, por favor, la posibilidad de ir pagando menos cantidad mensual, pero seguir pagando hasta que encontrase un trabajo, y que recibió esta respuesta de la agente cobradora de turno: «Pero bueno, ¿es que usted no se ha dado cuenta de que ya ha fracasado en todo lo que ha intentado?». No voy a hacer ningún comentario. También recurren a otra técnica tan agobiante como las anteriores y que consiste en recibir una llamada a una hora muy temprana de la mañana; cuando se descuelga el teléfono una locución te dice que próximamente tal o cual entidad se pondrá en contacto contigo. La llamada se corta automáticamente y, por supuesto, la entidad te llama cuando le parece oportuno, cosa que, a veces, ni siquiera sucede el mismo día.

Te cuestionan lo que les dices, te instan a ingresarles hasta el último céntimo que tienes, aunque les hayas dicho que lo necesitas para comer, te tratan como basura y hasta, de forma velada pero perfectamente clara, te insultan. Es decir, se saltan a la torera todos los derechos que como españoles nos otorga nuestra Constitución y nadie les dice nada. Y no me refiero a los afectados, porque, cuando se está en esa situación, ni se tiene ánimo ni efectivo para liarte a poner demandas a diestro y siniestro.

Es una forma de actuar que me parece imperdonable; y que conste que he conocido muchos más casos, pero el espacio que tengo es finito y sería imposible mencionarlos todos y, lo que sería más interesante, el efecto que causan en las personas que reciben este trato, en muchas ocasiones, vejatorio. Pero quería hacer mención a ello porque quien ha tenido la suerte de no perder su trabajo, de no ver tan mermado su poder adquisitivo como para comenzar a devolver recibos, no sabe cómo está viviendo una parte importante de la población, las actitudes y las situaciones que se ven obligados a soportar, y, lo que es también importante, que se dé cuenta de que en un momento tan inestable como el actual cualquiera se puede ver en esa situación mañana mismo. Es una verdadera pena que por cada vez que estas empresuchas se aprovechan del estado anímico de ciertas personas no se les ponga una denuncia para que, cuando ya les hayan llegado unas cuantas, se les vayan bajando poco a poco los humos. Que sepan que, aunque sus jefes les hayan dicho: «Esto es la guerra y el moroso el enemigo y, como tal, todo vale», no todo es válido porque hay una ley que cumplir y unos derechos que son inalienables. Pero, claro, ya se sabe que cuando se habla de comisiones quien más y quien menos se afila los colmillos y se lima las uñas hasta dejárselas como estiletes.

Y de todo esto ni el Gobierno, ni la oposición, ni el resto de partidos que se aprovechan de cualquier cosa para ganar unos cuantos adeptos que les den un escaño más dicen media palabra. ¿Para qué? Si a ellos, paguen o no paguen, no los llama nunca nadie.