Hace un tiempo escribí un artículo titulado «Bocadillos de chorizo» que hablaba de la necesidad de desterrar alimentos como la bollería del patio de recreo. Por desgracia, podría volver a escribirlo contando las mismas cosas.

Y es que estos días la ministra de Sanidad nos habla de un porcentaje, muy alto a mi entender, de niños y niñas con sobrepeso u obesidad, ni más ni menos que el 45 por ciento. Aunque aclara que en los que comen en los colegios (entiéndase comedor escolar) el porcentaje es menor que en los que comen en sus casas. No sé muy bien cómo enfocar estas cifras, ¿somos los padres tan incapaces de elaborar para nuestros hijos una dieta saludable? ¿qué comen en casa los niños que no lo hacen en el colegio?

Mi trabajo me ha acercado también a estos comedores escolares, donde niños y niñas, sobre todo los más pequeños, una vez que salvan la reticencia inicial a los alimentos nuevos, son capaces de comer de todo: verduras, legumbres, fruta, pescado, etcetera. Pero tristemente también he comprobado que esos mismos comensales una vez que salen del colegio abandonan definitivamente la ingestión de algunos de esos alimentos si en su casa no se cocinan, no se comen o simplemente no se compran.

Y es que aunque alguno lo piense, los colegios difícilmente pueden educarnos para el resto de nuestra vida si la propia familia no está interesada en desarrollar los mismos hábitos. Aunque todos tenemos en el recuerdo a grandes maestros y maestras con los que convivimos en determinados momentos de nuestro período escolar, no debemos engañarnos, lo que somos se lo debemos sobre todo a nuestras familias, sobremanera en los primeros años de nuestra vida.

En la mía, y en lo referido a la comida, el «no me gusta» era una expresión sin pertinencia alguna, si no me gustaba algo peor para mí, porque iba a tener que comerlo igualmente. Y lo cuenta ahora una pésima comedora que seguramente desquició más de una vez a su madre para conseguir que comiese de todo y que ahora disfruta comiendo.

En absoluto pretendo sugerir que para atajar este problema se utilicen más los comedores escolares; no garantizan nada. La alimentación, como el respeto a los demás o la solidaridad, nace en nuestros hogares o no lo hace en ningún sitio.

Aprovechemos que llega el buen tiempo para introducir a nuestros hijos un poco más en las ensaladas y las frutas, que algo quedará. Y a todos, buen provecho.