Amaya P. GIÓN

El de ayer fue un día de cuento, como en cuento convirtió la historia de Avilés el pregonero de la 120º edición de la fiesta de El Bollo, el hasta el pasado febrero abogado consistorial Francisco, para todos Paco, Sánchez. «De orden del Concejo de Avilés se hace saber a todos los vecinos y visitantes de la Villa que las Fiestas del Bollo han comenzado». A modo de bando, como el de los pregoneros de antaño, el polifacético letrado dio el chupinazo a la fiesta que da la bienvenida a la primavera ante un Parche de bote en bote con los primeros carros y xarrés asomándose desde la calle San Francisco y el desfile de carrozas a la espera de soltar el freno.

El fundador de estas fiestas centenarias, Claudio Luanco, volvió a ser el alma de la misa de Cofrades en San Nicolás de Bari, celebración que por primera vez en 67 en años tuvo como gran ausente a la Banda de Música de Avilés. Las bolsas amarillas de Vallina, que guardan el vino y el dulce manjar que dan el nombre a esta fiesta, comenzaron a tomar los alrededores del templo mientras el grandalés Arturo Iglesias transformaba trozos de madera en piezas de vajilla ante la Casa de Cultura, igual que hacían sus antecesores hace más de un siglo.

Las campanas del templo vecino dieron la bienvenida al pregonero de El Bollo quince minutos después del mediodía. «Muchas gracias al señor obispo y al párroco de San Nicolás», bromeó Francisco Sánchez, articulista de LA NUEVA ESPAÑA, ante el recibimiento improvisado. El letrado contó un cuento a avilesinos y visitantes, la historia de una villa que se forjó a los pies de «un castillo fuerte y poderoso», el castrillonense de Gauzón, dirigido por el «rey emperador» que otorgó grandes beneficios a la villa de Abillés o Abiliés».

Ya por aquel entonces saboreaban los avilesinos un bollo que «no era un dulce de postre, sino un pan de fisga» que acompañaban con vinos que llegaban «de Galicia o del Bierzo en toneles o pipas».