Salinas,

Myriam MANCISIDOR

Ignacio Romo Contreras desconoce qué se siente cuando presiona un vendaje, qué son los picores por debajo de una escayola o el sufrimiento que lleva parejo quitar vendas adhesivas en zonas con pelo. Este especialista en Traumatología jamás se lesionó, pero lleva toda una vida en los quirófanos curando patologías óseas. Estudió bachiller y también la carrera de Medicina en Valladolid. Una vez licenciado, Romo Contreras hizo las prácticas en un pueblo pucelano: Becilla de Valderaduey. La especialidad le llevó poco después a León -fue uno de los integrantes de la primera promoción de MIR (médicos interno residentes)- donde conoció a Carmen Martínez, matrona, la que hoy es su mujer. Ambos decidieron entonces iniciar una vida juntos y allá por 1978 el Hospital San Agustín -entonces residencia- les abrió las puertas. Se trataba de un centro nuevo que necesitaba personal.

«Vinimos por pocos años, pero en medio de todo esto nació nuestra primera hija, Eugenia, y nos quedamos aquí. Ahora nos consideramos asturianos», sentencia este especialista sano como un roble que con 65 años acaba de jubilarse en el centro hospitalario avilesino. De más de treinta de trabajo recuerda muchas vivencias. «Al principio todos nos conocíamos en el San Agustín por nuestros nombres, ahora ya no ocurre esto», sentencia, en alusión a los profesionales que trabajan en la «casa». Añade: «También recuerdo a muchos pacientes que pasaron por mis manos, sobre todo a aquellos que por distintos motivos no fueron todo lo bien que yo hubiera deseado». Romo Contreras es, ante todo, un enamorado de la cirugía traumatológica. Espalda, cadera y rodillas están entre sus preferencias en el campo quirúrgico. De los enfermos dice también: «Ahora son más exigentes que hace años al tener un poco el médico la obligación de alcanzar su curación. También el número de pacientes es más alto que cuando empecé».

Romo Contreras recuerda muy bien sus inicios. Su padre era militar y eso llevó a este traumatólogo a ver la luz en Logroño. «Mi padre aprovechó un ascenso para llevarnos a una ciudad con universidad», relata. Así llegó a Valladolid. Una vez en la facultad de Medicina se decantó por la especialidad de traumatología. En segundo y tercer lugar puso, en orden de preferencia, cirugía general y ginecología. «Tal vez elegí trauma porque gracias a mi padre conocí el hospital militar cuando era alumno de medicina y pude presenciar muchas operaciones», asegura. De sus años de trabajo conserva además de experiencia y muchas vivencias, un billete de cien pesetas enmarcado en madera, el primero que ganó. Ahora no cambiaría la traumatología por nada.

«Es una especialidad que da mucho juego porque cada intervención requiere el uso de distintas técnicas, lo que nos hace estar siempre al día. Además de la cirugía, traumatología también es muy interesante en consultas o plantas de hospitalización», precisa este médico aún pasa consulta privada y al que no le faltan ofertas para seguir con su actividad profesional. Pero, de momento, prefiere gastar su tiempo libre y olvidarse de la práctica frenética de los últimos años en compañía de su familia y sus hijos: Eugenia, periodista, e Ignacio, estudiante de ingeniería aeronáutica.

Sus compañeros del San Agustín, no obstante, le han puesto deberes para su jubilación: le regalaron a modo de despedida un cursillo de golf, pasatiempos, un libro de recetas de cocina y un delantal. Romo Contreras también seguirá jugando al frontenis, al paddle y al mus. «Toda la vida hice mucho deporte, me gusta competir», recalca el especialista. Y aún así jamás dio un mal paso que le llevara a un vendaje y, mucho menos, a un hueso roto.