El segundo semestre de 2011 fue, en palabras de Malda, «catastrófico» debido a una caída nunca antes vista de los pedidos. Y ya se sabe que si una empresa no vende puede ir poniéndose en lo peor. Pero, ¿por qué no se compra acero? La respuesta a esa pregunta es compleja. Arcelor especuló mientras pudo con el precio de sus productos negándose a bajarlos en la confianza de que, tarde o temprano, sus clientes pagarían sin rechistar. Eso ocurrió, en efecto, varias veces: los consumidores de acero apuraban sus existencias hasta que no les quedaba más remedio que reponer los stocks. A tirones, pero la demanda respondía.

Esa dinámica se cortó en seco en el segundo semestre de 2011, cuando Arcelor ya había visto las orejas al lobo y decidido abaratar su acero. Tarde. Los segundos semestres suelen ser peores que los primeros en la siderurgia, pero es que el de 2011 fue pésimo. Algunos clientes se habían hartado para entonces de las maniobras de Arcelor y comenzaron a comprar a proveedores rusos, turcos o de cualquier otro país donde se fabrica acero a precios mucho más bajos que en Europa. Y otros clientes, sencillamente, dejaron de comprar porque tenían las fábricas paradas debido a la caída en picado del consumo.

La primera mitad de 2012 no ha sido apenas mejor que la segunda de 2011 y ahora los ojos están puestos en lo que queda de año. Es de Perogrullo, pero sólo pueden pasar dos cosas: que se active la demanda -lo cual no es garantía de nada a medio plazo- o que no, en cuyo caso sí que se sabrá algo con certeza, que la siderurgia asturiana las va a pasar moradas.

Arcelor ya ha dejado entrever por donde van los tiros. El rival natural de las factorías del Principado son las de Marsella; en ambas regiones hay dos hornos altos, líneas transformadoras y trenes de acabado. Una estructura insostenible para el punto de vista de los negocios de Laskshmi Mittal si el mercado no da señales de recuperación. En el mejor de los casos serían tres los hornos altos que podrían permenecer en funcionamiento durante 2013, según expuso en su reciente visita a Asturias Jean-Luc Maurange, director ejecutivo de las plantas de Arcelor en el suroeste de Europa. Lo dijo el mismo día en que anunció que quedaba pospuesta la construcción de nuevas baterías de coque en Gijón, otra decisión con canto puesto que supone condenar a la cabecera asturiana a abastecerse sólo del carbón que producen las baterías de Avilés, pasto de averías por falta de mantenimiento en los últimos años y con fecha de cierre planificada para 2020. Siempre se podría importar el coque, cierto; pero entonces los costes de la materia prima se encarecerían poniendo en entredicho la competitividad del acero asturiano.

Este es el complicado sudoku que tiene pendiente de resolver la siderurgia asturiana, de momento sin apenas algún apoyo político notable, toda vez que el Gobierno regional saliente no dio señales de vida en la materia y el central bastante parece tener con manejar la tijera para cumplir con las exigencias de Bruselas. Nada que ver, por ejemplo, con el despliegue que realizaron los políticos franceses durante la pasada campaña electoral. Bien que reprochan los sindicatos tamañas afrentas e «irresponsabilidades».

El sindicalista Iñaki Malda comparte a modo de colofón sus dos grandes temores: que en esta rifa en que parece haberse convertido el futuro de las siderurgias europeas Asturias comparezca con pocos boletos y que el árbitro del partido no sea precisamente neutral: «Y a este respecto sólo digo una cosa, Jean-Luc Maurange es francés y vive a tiro de piedra de la fábrica de Marsella...»