Diputado del Partito Democratico de Italia, veranea en Salinas

El arquitecto Paolo Gandolfi (Reggio Emilia, Italia, 1966) fue elegido diputado por la circunscripción de Emilia Romagna en las elecciones generales italianas de febrero de este año. Pertenece al Partito Democratico (PD) y perteneció anteriormente al Movimento per l'Ulivo y a Democratici di Sinistra. Pasa el verano en Salinas, localidad en la que se desarrolla esta conversación. Pronunció ayer la conferencia «Sistema electoral y democracia interna en los partidos políticos. La experiencia italiana», un acto organizado por el Frente Cívico de Avilés.

-Acaban de procesar y condenar a Silvio Berlusconi y en España los jueces investigan las cuentas del partido del Gobierno.

-El caso de Italia es más que una investigación. Hace menos de un mes Berlusconi ha cambiado su posición: del mayor perseguido por la justicia, como dice él, a un tío malo, un delincuente. La situación italiana es mucho más grave que la española. La situación española actual es semejante a la italiana de 1990 y 1992. Entonces tuvimos tres cosas que están presentes en la actualidad española: Italia empezó a tener problemas gordos con la deuda pública y, en consecuencia, devaluamos la lira. Fue la primera crisis después de los años sesenta, cuando el «boom». La segunda cosa es que en los 90 ya había una relación muy difícil entre los ciudadanos y los partidos políticos tradicionales. Esta relación existe en todos los países, pero ahí fue cuando empezó en Italia.

-Entonces se procesa al líder de los socialistas, a Bettino Craxi, cuando huye a Túnez antes de entrar en la cárcel...

-Entonces fue cuando ocurre todo. Esta fue la tercera cosa que guarda semejanza con lo que está ocurriendo aquí: los ciudadanos descubren las corrupciones. Esto agranda la distancia entre los ciudadanos y los partidos, aunque ya existía una desconfianza anterior. Hace algunos años me parecía que los partidos españoles tenían una buena relación con los ciudadanos, que los creían instrumentos para el funcionamiento de la democracia. Hace algunos años, ya digo, en España se creía que los partidos tenían que ver con la idea de ganar la libertad. Esta idea se perdió en Italia hace generaciones: allí la libertad se ganó en 1945 y no en 1975. Lo que ha ocurrido después es que Italia ha caído más bajo. De la crisis de principios de los 90 sacamos a Berlusconi, que es una degeneración extrema de la política. Con él llegaron los intereses privados a la política.

-Es muy difícil de entender que Berlusconi haya legislado a su favor y nadie haya protestado, es decir, que haya podido seguir al frente de un país como es Italia.

-No es que no se haya protestado. Muchos lo hicimos, aunque una mayoría lo seguía manteniendo. La verdad es que nunca le renovaron la confianza. Venció la primera vez, pero no la siguiente. Es verdad que, después de lo que ha ocurrido, tú esperas que se vaya fuera del sistema político. Esto no ha ocurrido y dirige ahora la oposición. Lo que hace muy bien Berlusconi, porque tiene carisma, dinero y medios, es organizar unas campañas electorales fantásticas. No se puede permitir a nadie que controla los medios de comunicación meterse en política.

-Berlusconi, en un momento dado, controlaba todas las televisiones privadas y también las públicas.

-Eso, ¿por qué ha ocurrido? Porque la política tradicional cayó completamente a principios de los noventa y se creó un vacío que ocupó este hombre.

-La política italiana, desde luego, es muy singular.

-Tiene razón. Lo que diferencia Italia del resto de los países es lo que los socialistas llamaron el «Fattore Kappa», es decir, la fortaleza del Partito Comunista. Italia era el único país de Europa occidental donde los comunistas dirigían la oposición. El Partito Socialista no era el principal partido de la oposición y se dedica a jugar en un lado y en el otro: del centroizquierda al centroderecha. En Milán gobernaba con los comunistas y en Italia, con la Democracia Cristiana.

-O sea, que, en un momento dado, daba igual votar socialista que votar derecha.

-Sí. Los socialistas siempre tuvieron este debate interno: ¿colaborar con los comunistas o con la Democracia Cristiana? Esto contribuyó a una serie de gobiernos que dejaron solos a los comunistas porque, por entonces, tenían la mirada clavada en la antigua Unión Soviética. Muchos opinan que esta manera singular de entender la política, donde los demócratas cristianos siempre gobernaban, contribuyó a la corrupción. No había alternancia.

-Bettino Craxi huido, Giulio Andreotti vinculado con la mafia, Berlusconi culpable...

-La anomalía es Berlusconi. Con Craxi y Andreotti el sistema funcionó. Cuando empezó la investigación contra Craxi, este dejó la política y también el país. Lo mismo sucedió con Andreotti: cuando empezó la investigación entre él y la mafia, Andreotti salió la acción pública y sólo salía en la televisión como un viejo señor que daba consejo. Hasta el final, cuando fue declarado inocente. La anomalía ha sido Berlusconi: investigado, condenado, pero ha seguido haciendo leyes.

-¿No fue también una anomalía el Gobierno de Mario Monti, que nunca fue elegido?

-El Gobierno de Mario Monti fue una respuesta de perfil bajo al berlusconismo. Respecto a que no ha sido elegido le diré que es lo que siempre ha ocurrido en Italia. Cuando yo voto, voto al partido, no al Primer Ministro. Cuando el centroizquierda gobernó entre 1996 y 2001 cambió tres veces de Primer Ministro: Prodi, D'Alema y Amato. Está dentro de lo posible. Prodi fue lo que entendí como cabeza de lista del PD, pero lo que hice fue votar al partido.

-Beppe Grillo obtiene una alta representación, pero no se mueve.

-Eso es lo que pensamos muchos. En las elecciones administrativas, en junio, ha perdido muchos votos. Muchos le votaron por el deseo del cambio. Mucha gente no comprendió que Grillo no alcanzase acuerdo alguno con la izquierda, con el PD, con nosotros. Si hubiera pactado, nos habríamos quitado el problema de Berlusconi, de «Il Cavaliere», de encima.