Candás,

Braulio FERNÁNDEZ

«Los vizcaínos son más sobrios que los asturianos; rara vez se embriagan: éstos, dados como los pueblos meridionales a la burla y al epigrama, los embroman por su virtud. Uno de tales vizcaínos fue el padre de José». Así hablaba Armando Palacio Valdés, en su novela «José», del origen vasco de su protagonista candasín, tratando de plasmar un fiel reflejo de la sociedad de la villa marinera a finales del siglo XIX. Un trazo ficticio con una base muy sólida: Candás fue posada de cientos de vizcaínos y guipuzcoanos, y después poblada por ellos, durante esa época. Una relación que se inició en el mar, como no podía ser de otra manera, y que la banda de música local se encargará de recordar el 29 de junio por las calles de la localidad guipuzcoana de Orio, con motivo de sus fiestas de San Pedro.

La relación de los vascos con Asturias se remonta a la caza de la ballena, como reflejan documentos medievales en los que ya figuraba la relación entre sus habitantes. Pero no será hasta el siglo XVIII cuando la presencia vizcaína y guipuzcoana en Candás se haga más palpable. Y más visible aún en el siglo XIX, cuando los pescadores vascos se embarcaron hasta el Cabo de Peñas para seguir la costera del bonito. Los vascos, en lugar de esperar a que el atún llegase al golfo de Vizcaya, comenzaron a ir en su búsqueda hasta costas asturianas. Y Candás se convirtió en una de sus sedes principales desde 1880.

Como está siendo documentado por el historiador candasín Manuel Ramón Rodríguez, para una publicación con ocasión de la programada visita de la banda de música a Orio, en 1900 pasaban el verano en Candás unas 40 embarcaciones de pesca vascas, con una quincena de marineros cada una. Eso supone más de medio millar de marineros de Vizcaya y Guipúzcoa en barcos que no permitían pasar la noche en alta mar. Los tripulantes pernoctaban cada día después de la faena en la villa marinera, paseaban durante casi cien días por sus calles y disfrutaban de sus fiestas. Y así nació el vínculo entre Candás y el País Vasco, entre los marineros vizcaínos y las mujeres que recogían el pescado a las puertas de las fábricas de conserva, con el mar de padrino.

El hecho de que Candás fuese tan recurrida por los vascos para la costera del bonito era por su experiencia conservera, precisamente. Venían a vender bien el pescado, y en la villa tenían más oportunidades para ello que en Gijón o Avilés. Alijostes, Aramendi, Mendiguren, Iriberri, Badiola, Karrera, Echevarría o Eizaguirre fueron desde entonces los apellidos de muchos niños y niñas candasinos. Todo por aquello que decían los vascos de la época, adelantarse a la costera e ir más hacia poniente a lo largo del Cantábrico. «A Kandatzera», decían, con la clara impronta del nombre de Candás.

Miguel Francisco Jacinto Aramendi fue uno de los primeros en quedarse. Es el abuelo y bisabuelo respectivamente de Cipriano Aramendi y Tito Aramendi, dos bien conocidos candasinos «de pura cepa», pero con el gen vasco. «Mi abuelo nació en Fuenterrabía en 1862, y unos veinte años después, siendo muy joven, se echó a la mar y vino a Candás», cuenta Cipriano Aramendi, que conoció a su abuelo siendo chico y es uno de los pocos que hoy en día pueden decir que tuvo referencia directa de los primeros pobladores vascos. «Vino muy joven y echó novia aquí, así que al terminar la costera otros se fueron, pero él se quedó y echó raíces», añade Aramendi, que comparte el honor, junto a los Eizaguirre, hoy Izaguirre, de ser una de las estirpes vascas más añejas de la villa.

En Orio, por ejemplo, nació en 1866 José Miguel Génova, quien se trasladó a Candás solo veinte años después y se casó en 1890 con Irene Artime, con la que tuvo cinco hijos. Uno de los descendientes de la rama vasca es precisamente el impulsor de la visita de la delegación candasina a Orio, José Miguel Karrera.

Pero no solo por la pesca vino el vizcaíno a la capital de Carreño. Las fábricas de conserva fueron excusa para una segunda oleada, ya entrados en el siglo XX. Y todo por su mayor experiencia como lateros. Muchas fábricas de conserva candasinas tuvieron como encargados a vizcaínos y guipuzcoanos. Y así llegaron los Alcorta o los Iriondo, que luego echaron sus raíces a orillas de las faldas de San Antonio y San Sebastián.

Lequeitio y Bermeo, en Vizcaya, y Fuenterrabía y Motrico, en Guipúzcoa, fueron cuatro de las poblaciones que más marineros perdieron en las redes de alguna conservera candasina. Como cuenta del padre de «José» Palacio Valdés, «Cuando vino con otros un verano a la pesca, la madre era una hermosa joven, viuda, con dos hijas de corta edad, que se veía y deseaba para alimentarlas trabajando de tostadora en una bodega de escabeche». El resto es la historia, muy viva y numerosa, de como el gen vasco varó en las playas de Candás.