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Pravia y bajo Nalón

Cien años de magia en San Román

Las pinturas rupestres siguen cautivando a los vecinos cuando se van a cumplir el centenario del descubrimiento de la cueva y 36 años de la muerte de Ramón González, quien fuera su guía

Arriba, González con un grupo de visitantes. Abajo, en una imagen de los años setenta, con una excursión en el interior de la cueva.| reproducción de s. a.

Fue un día de 1914 cuando Cristo, vecino de San Román de Candamo, encontró un agujero en las peñas calizas que rodean la localidad. Según la leyenda, Cristo buscaba un perro, pero encontró la Cueva de la Peña de Candamo, Patrimonio de la Humanidad desde 2008 y que el próximo año cumplirá el centenario de su descubrimiento.

Cristo poco sabía de las pinturas y grabados que guardaba la cavidad, pero pronto se corrió la voz entre los expertos en una época, principios del siglo XX, en la que el mundo se interesaba por el arte de la Prehistoria. Así, hasta Candamo se acercó el Conde de la Vega del Sella, quien al ver los dibujos acudió al profesor Eduardo Hernández Pacheco. Éste describió sus paredes para el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid en 1919, en la primera monografía sobre la cueva, con ilustraciones de Juan Cabré y F. Benítez Mellado. La paredes de la cueva se limpiaron y la dataron en el Paleolítico Superior, en el período Solutrense. Pasaron los años y con la Guerra Civil la caverna sirvió de refugio al ejército de la República.

Pero la historia de la cueva no podría jamás explicarse sin mentar a Ramón González Álvarez, vecino de San Román, ganadero y agricultor de verduras y fresas. Un hombre, pese a su origen humilde, culto y educado, que sirvió de guía de la cueva hasta su jubilación.

González nació en la localidad candamina de Agüera en 1894 y murió en San Román a los 84 años. Dice su nieto, Miguel Ángel Sama González, que "tuvo la suerte" de asistir al colegio de San Román, vinculado a la Institución Libre de Enseñanza, lo que le ofreció "una cultura amplia y, sobre todo, le inició en la que fue la actividad más importante en su vida, la lectura". Con catorce años, hizo la maleta y se marchó a trabajar a una fábrica de tabacos ubicada en Tampa (Estados Unidos), pero el asma le obligó a regresar. Antes de cruzar el charco de nuevo para evitar ir a la guerra de África se casó con Corona López. En La Habana, Cuba, tuvieron a tres de sus hijos y varios negocios, desde un bar a una lechería. Pero en 1931, con la proclamación de la Segunda República, González volvió. Pasó la Guerra Civil en Asturias, vinculado al Partido Reformista de Melquiades Álvarez. "Era de derechas, así que cuando llegó la dictadura franquista fue nombrado conserje de la Cueva de Candamo", explica su nieto.

Durante muchos años su sueldo fue de 100 pesetas al mes, del que tenía que detraer el coste del carburo de calcio que encendía las lámaparas que mostraban las pinturas y grabados. "Aparte ganaba algo más con las propinas de algunos visitantes", señala Sama. Durante muchos años trabajó los siete días de la semana pero con el tiempo fue apuntado en la mutualidad de hostelería y ahí ya "tenía un sueldo más alto y la posibilidad de una jubilación". Y el descanso de los lunes.

La labor de González fue "muy positiva", dice su nieto, "ya que sabía en todo momento adaptar la explicación en función de las capacidades e intereses de los visitantes". Recuerda que el hombre tenía especial mano izquierda para los niños y que el orgullo que le producía ser el guía de la cueva era algo que no le privaba de hacer saber a todo el mundo que ése era su trabajo. Una labor que le llevó a conocer a personalidades de la época como el Premio Nobel Severo Ochoa, Manuel Fraga, los hermanos toreros "Bienvenida", Carmen Polo de Franco y "cientos y cientos de profesores e historiadores de todo el mundo". González guardaba todas las tarjetas de visita en una caja que la familia aún conserva. También muchas de las fotografías tienen dedicatorias y agradecimientos al guía.

Tanto le gustaba enseñar la cueva a su abuelo que subía las veces que hicieran falta. Pese a que la llegada estaba asfaltada desde los años veinte, González utilizaba los atajos para subir. Y si había suerte, iba en el autocar de la excursión de turno o en los coches de los visitantes. En una de esas ocasiones perdió un dedo después de dar varias vueltas de campana con el coche, que se despeñó en la curva de Casielles.

No se detuvo ante los obstáculos, ni siquiera cuando las pinturas peligraron. En los años cincuenta, el calor de las bombillas que se instalaron, unido al alto número de visitantes, subieron la temperatura ambiente y llegaron los hongos.

Las pinturas de la cueva están relacionadas con un sentido mágico y ritual para los hombres del Paleolítico. Será por eso que la historia de la cavidad tuvo a González enganchado y sigue manteniendo en vilo a muchos de sus vecinos, como el joven José Emilio González Sama, quien tras años de búsqueda por internet y de patear unos cuantos anticuarios se hizo con una copia de la monografía de Hernández Pacheco y una guía original de la cueva, de 1953. La impresión fue gracias a los donativos del Marqués de la Vega de Anzo y Martín González del Valle.

En la monografía de Pacheco, explica el joven, tuvo noticia de la aparición de la caverna mientras se encontraba haciendo una excavación en La Paloma, en Las Regueras. Le avisó Francisco G. Garriga, catedrático de Literatura del Instituto de Segunda Enseñanza de Barcelona, "le dijo que había visitado la cueva con el sobrestante de Obras Públicas de Oviedo, Jesús Rodríguez; entonces él vino aquí y vio que realmente había unas pinturas, pero se calló para que no la fastidiase nadie". Comenta González Sama que en octubre de 1914 volvió e hizo la excavación porque "había recibido una carta del Conde de la Vega del Sella, en la que le decía que había descubierto una cueva cerca de Pravia".

A raíz de esa visita, se publicaron las primeras noticias sobre la caverna de San Román en el boletín de noviembre de 1914 de la Real Sociedad Española de Historia Natural. Y en el verano de 1915 hubo otra campaña de estudio en la que participó Juan Cabré "y ahí es cuando encuentran El Camarín". En 1919 se publicó la monografía, de la que existe un ejemplar en la Biblioteca de Asturias. El texto es "una descripción total de la cueva, todas las zonas con planos y luego hay una parte que habla de las figuras con gráficos, además, incluye un resumen en francés y un listado de los útiles hallados en el abrigo del Burro, que está al lado", detalla. Además, Hernández Pacheco encontró una nueva especie de insecto, al que nombró "Speocharis Prachecoi", añade González Sama. Mucho descubrimiento.

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