Los molinos de La Veiga en Cañedo (Pravia) siguen dando vueltas sin parar y moliendo grano al ritmo de la cuarta generación familiar. Mari Álvarez ha recogido el testigo de su padre, Segundo Álvarez, fallecido a los 82 años el pasado mes de mayo, "para mantener el compromiso de mi familia con esta tradición", explica. Un legado que comienza en 1890 y por el que quiere luchar aunque sea sólo como titular de los molinos, ya que es José Mayor el empleado encargado de la molineda y empaquetado de las harinas.

Aún emocionada y con la voz rota por momentos, Álvarez recuerda con cariño la pasión que ponía su padre cada día para conseguir las mejores harinas de la comarca y ser uno de los principales productores del norte de España: "No tenía necesidad de estar en el molino, pero esto era su vida, lo que más le gustaba en el mundo, se levantaba todas las mañanas a las siete y media y lo primero que hacía era bajar a ver cómo estaba todo", comenta. Es tal el amor profundo que le profesaba a su progenitor que le resulta muy difícil bajar a los molinos y no encontrarle. "Me cuesta mucho, es duro", añade.

En los últimos años, Segundo Álvarez se iba a las diez de la mañana a la villa praviana para dar una vuelta, tomar un vino y regresar a la hora de la comida. La tarde la dedicaba de nuevo a revisar el molino, contar sacos o empaquetar harina. Nada se le ponía por delante hasta que en los últimos meses estuvo muy fastidiado a causa de un ictus. Una enfermedad que terminó con su vida pero no con su recuerdo, ya que era una persona muy querida en toda la comarca y su funeral así lo atestiguó.

Tampoco consiguió "La Parca" terminar con el legado familiar. Según comenta Álvarez, tienen documentación de la existencia del canal desde 1835 y de los molinos en 1890, cuando su bisabuelo, Manuel Fernández Cuervo, llegó a Cañedo tras haber ejercido como molinero en Quinzanas y en Barganeiro. Si bien su padre estimaba en vida que los molinos tenían cerca de trescientos años de antigüedad.

De ahí que las labores de mantenimiento sean más que necesarias. Cada tres meses limpian el canal y tienen que picar las ruedas de los ingenios hidráulicos para que nada falle, pues están 24 horas en funcionamiento. Una instalación que cuenta con un depósito con 54.000 litros de capacidad con el que mueven los molinos para devolver de nuevo el agua al río Aranguín.

Álvarez aprendió el negocio junto a su padre, con quien se entendía con una sola mirada. "Teníamos una relación muy especial y por eso no tuve duda ninguna de continuar con los molinos; nací aquí, vivi aquí y no conozco otra vida que no sea al lado de los molinos", afirma. Entre las cosas que Segundo le enseñó a su hija para continuar al frente del negocio está el trato con el cliente: "El trato con la gente era para él de lo más importante a la hora de llevar el negocio familiar, era una persona muy, muy cariñosa, entrañable y ameno, y la gente lo apreciaba muchísimo", comenta emocionada.

También con mucha emoción contenida está José Mayor, el actual molinero, quien aprendió de Segundo Álvarez todo lo que hay que saber en este oficio durante los siete años que estuvo a su lado. "Aprendí el oficio y muchas cosas de la vida", sostiene este murciano afincado en Puentevega. Mayor quiere mantener los números que llevaron a Segundo a ser uno de los principales molineros del norte de España, cuyas harinas se venden por todo el país. "Producimos entre veinte y veinticinco toneladas al mes y hacemos harina de maíz, de maíz tostado, trigo, escanda, centeno, garbanzo, arroz y soja verde", detalla.

Unas harinas que siguen llegando a los compradores con el mismo mimo que ponía el molinero del río Aranguín, porque mientras Mari Álvarez siga al pie del cañón en Cañedo, los molinos de La Veiga seguirán girando y moliendo grano como lo hacen desde hace más de cien años en manos de su familia.