La reciente condena al Ayuntamiento de Langreo reabre un debate de difícil solución: ¿se puede conciliar el derecho al descanso de unos con el de ocio de otros? Malamente, me temo. Al menos, mientras no se hagan algunos cambios. En la parte técnica, nuestras casas, modernas o antiguas, tienen unos sistemas de aislamiento acústico muy deficientes. Si oímos claramente las pataletas de la niña del segundo, ¿cómo vamos a dormir con un garito discotequero en el bajo?

Existen medios muy efectivos para aislar tanto los locales de ocio como las viviendas. No me fastidien, que al precio que se cobra el metro cuadrado de piso, debería ser obligatorio hacer algo más que plantar filas de ladrillos. Una vivienda es un espacio de intimidad, un refugio, el lugar en el que nos quitamos la máscara y somos nosotros mismos. ¿Pero qué intimidad hay en un sitio en el que si te tiras un pedo en condiciones te oyen los del bloque de enfrente? Además de cara, hay que vender una edificación mucho mejor.

Ahora, en la parte humana, deberíamos preguntarnos a qué se debe que esté tan extendida la creencia de que para divertirse haya que hacer mucho ruido. Vale, salir de copas no puede ser como ir de funeral, pero de ahí a sólo ser capaces de pasarlo bien montando el pollo padre en la calle a las tantas de la mañana hay un término medio al que no acabamos de ajustarnos.

Qué me importa a mí que la gente cante, baile, ría y beba como los cosacos. Pero ¿es inevitable que para que ellos lo pasen bien yo no pueda pegar ojo? No parece justo. En mi caso, las molestias derivadas de la actividad dentro de los locales es soportable -para otros no, pues les afectan directamente el ruido y las vibraciones-, pero lo desesperante es tener que aguantar que a las siete de la mañana de un domingo una pandilla de chavales cocidos como piojos se arranque por cánticos futboleros, que a un gilipollas le dé por pegarle acelerones al coche mientras los demás aplauden la hazaña, que un grupito de niñatas chillen como si se hubieran encontrado con Godzilla, que un ratito después pase otro merluzo dándole patadas a los cubos de basura. Y así, hora tras hora durante toda la noche.

El ocio es esencial y su importancia económica, cada día mayor. Pero las instalaciones en las que se practique ese ocio especialmente ruidoso y las viviendas colindantes deberían disponer de los mejores sistemas de aislamiento. Y de los efectos secundarios tienen que defendernos con más empeño las fuerzas de orden público. Porque si ya joroba que no te dejen dormir, si para colmo se recochinean...