El 11 de abril de 1920 es un día que resalta en el calendario de fechas malditas de las Cuencas. Aquel domingo, Moreda se convirtió en un pueblo sin más ley que la de las balas y el final de la jornada se cerró con el balance de 11 muertos y 35 heridos por arma de fuego. Sin embargo, es un episodio por el que los historiadores han pasado de puntillas debido a que los responsables de lo sucedido fueron los mitos del sindicalismo minero en las dos variantes que agrupaban a los trabajadores en aquellos momentos: Vicente Madera Peña, líder del Sindicato Católico de Obreros Mineros, y Manuel Llaneza, fundador del SOMA.

Hace años, dediqué algunos de los ratos libres que me dejaba mi trabajo en el instituto allerano a recoger toda la información sobre aquella jornada, con la ayuda de mi amigo Guillermo Fernández Lorenzo, el archivo del desaparecido Joaquín Rodríguez Muñiz y los testimonios de los familiares de quienes habían vivido los hechos. El resumen que hice con todas las notas y que tengo guardado en un cajón concluía con la certeza de que este asunto se había intentado olvidar por los herederos ideológicos de aquellas organizaciones porque a todos les resultaba incómodo recordar lo sucedido. Hoy se lo voy a contar con trazos gruesos para que juzguen ustedes mismos.

En una época marcada por los conflictos sociales, las huelgas continuas y el crecimiento de las ideas socialistas entre las masas obreras, algunos empresarios con fuertes convicciones religiosas decidieron apoyar una alternativa consistente en desarrollar sindicatos de carácter católico en los que los capitalistas no se viesen como el enemigo a combatir sino como los protectores de los obreros de su fábricas.

En las cuencas mineras, don Claudio López Bru, segundo marqués de Comillas, se convirtió en el paradigma del patrono ejemplar, el «instrumento de Dios en la Tierra», financiando a la Compañía de Jesús y propagando por toda España los Círculos y las Asociaciones de Obreros Católicos hasta que finalmente en 1912 creó su propio sindicato, costeando con 16.000 pesetas su sede en Valdefarrucos. A él pertenecían la práctica totalidad de los mineros de las explotaciones de la empresa repartidas por el concejo allerano, Ujo, Santa Cruz y por supuesto Bustiello, un poblado minero cuidado con mimo para que sirviese como ejemplo de las bondades que adornaban a las familias cristianas y trabajadoras.

El empeño por impedir la entrada de la propaganda socialista en este pequeño mundo solo podía compararse con la obsesión de los hombres de Manuel Llaneza por lograrlo, de forma que cada conflicto se convertía en un pulso constante entre las dos organizaciones. Entre los procedimientos que solían emplear los socialistas intentando lograr su expansión estaban las marchas de trabajadores organizadas desde el concejo de Mieres hasta el de Aller para demostrar su fuerza y atraer en los mítines del SOMA a los obreros del marqués, pero éstos en su mayoría se resistían a acudir, bien por propia convicción o para evitar las represalias que podía traerles en su trabajo.

En el mes de abril de 1920, se vivía en la Hullera Española una de las escasas huelgas que habían logrado organizarse; como todas las que había vivido la empresa el seguimiento era desigual y para lograr que el paro se extendiese se convocó una reunión de los afiliados socialistas en Villallana fechada en la madrugada del viernes 9. Entonces se produjo el primer incidente serio del conflicto cuando un grupo de militantes del sindicato católico acompañado por la Guardia Civil interrumpió la sesión obligando a los asistentes a formar ante ellos levantando los brazos mientras les dirigían toda clase de insultos.

Así las cosas, el SOMA decidió celebrar un mitin en Moreda para el domingo inmediato. Al llegar la mañana de aquel día 11 los oradores se situaron en los balcones de la llamada «casa de los Gallegos», una taberna abierta entonces a la orilla de la carretera general que cruza la localidad, mientras un público muy numeroso, que como siempre había acudido desde otras zonas, llenaba toda la calzada e incluso una amplia huerta colindante, sobre la que se acabaría levantando posteriormente el cuartel de la Guardia Civil que aún existe allí.

Todos los informadores coinciden en que los discursos fueron exaltados y el ambiente se caldeó excesivamente y algún testigo claramente parcial, como puede verse por el tono empleado, llegó a escribir que «ya durante el acto, un hermano del jefecillo del Sindicato Católico y un primo suyo, ambos clasificados por todo el mundo como matones de oficio, haciendo alarde de su matonismo y empuñando pistolas se dedicaron a la provocación; pero los huelguistas, bien orientados y mejor aconsejados, les contestaron con olímpico desdén y siguieron escuchando a los oradores sin hacerles caso».

Pero el desastre llegó por la tarde, cuando casi todos, incluyendo a los oradores, habían regresado a sus lugares de origen y en Moreda solo quedaban los obreros que residían en la localidad. Lo que ocurrió realmente ya está en la tumba con quienes lo vivieron y a pesar de que decenas de personas certificaron su propio testimonio, hasta el día de hoy y supongo que ya para siempre, siguen existiendo dos versiones sobre quien inició el tiroteo.

Para los partidarios del Sindicato Católico lo que sucedió es que un pequeño grupo de sus afiliados se dirigía, como todas las tardes de los domingos, a tomar el café a la fonda La Restinga, situada un poco más arriba de la taberna de los socialistas, cuando al pasar por delante de la «casa de los Gallegos» fueron tiroteados desde uno de su balcones y se vieron obligados a repeler la agresión. El diario derechista «El Carbayón» defendía esta versión aportando detalles como que aquella casa era un reducto donde se refugiaban numerosos elementos perturbadores: «Más de diez bocas de revólver asomaban por huecos y ventanas. Los agresores protegían sus cuerpos con colchones que de antemano habían colocado en los balcones de la casa y en descargas y lluvias de fuego pasaron de 40 los disparos hechos contra los católicos y la Guardia Civil».

En la misma línea, cuando a los pocos días los diputados asturianos discutieron sobre los hechos en una sesión del Congreso madrileño, el conservador Armando Alas Pumariño se enfrentó al socialista Teodomiro Menéndez, que había investigado personalmente lo sucedido trasladándose a sus escenarios, al afirmar que la causa de todo habían sido las violencias de palabra empleadas por la mañana y que la demostración de que los primeros disparos fueron socialistas estaba en que «el primero que cayó muerto fue el minero católico Madera. Después intervino la Guardia Civil para cumplir con su deber».

Para la izquierda sin embargo las cosas sucedieron de manera muy distinta: Manuel Vigil Montoto cuenta en sus memorias que los católicos «se colocaron frente a la casa desde cuyo balcón habían hablado los oradores del mitin y empezaron a disparar hacia dentro de ella, causando la muerte de la esposa del inquilino de la casa, que tenía una niña en brazos. A tal provocación respondieron el esposo y sus hermanos, que con él convivían, cayendo muerto uno de los provocadores».

También existen divergencias sobre la actuación posterior de la Guardia Civil. Mientras para los derechistas se trató de una verdadera batalla generalizada por toda la villa, Vigil Montoto replica que «aquella pequeña refriega culminó en una matanza general de cuantas personas encontraban a su paso, por la calle o en los establecimientos de recreo dominguero, causando 11 víctimas que incluso ignoraban lo que había sucedido frente a la casa del mitin».

Lo seguro es que, además del enfrentamiento de la «casa de los Gallegos», en cuyo interior se recogieron 3 muertos, hubo otro punto negro en la casa que entonces habitaba Rosa Ordóñez, viuda y con una hija de 18 años, y en donde se habían reunido a merendar unos amigos, 4 de los cuales también fueron abatidos a tiros.

Debería contarles ahora que Camilo Madera, el primer fallecido, era hermano de Vicente, el líder de los católicos y que este hecho marcó para siempre su vida y su evolución política; también me gustaría extenderme en la reacción de Manuel Llaneza, el orador que contrariamente a su costumbre había perdido los nervios aquella mañana y que al conocer los hechos llegó a caballo hasta el límite del concejo de Aller cerrado a cal y canto por la fuerza pública y fue forzado a dar la vuelta por sus propios compañeros. Tendría que relatarles el impacto extraordinario que tuvo la noticia en todos los obreros asturianos y como supieron reaccionar con una calma tensa que no se iba a romper hasta 1934; quienes fueron las otras víctimas y que pasó en los entierros y con sus familias; qué sucedió en el Parlamento y por qué no hubo ningún culpable, pero una semana más se me acabó el espacio. Lo siento.