Langreo / Mieres, M. A.

Asturias ha sido designada como la primera reserva española para almacenar CO2. Así lo ha decretado el Gobierno. La zona central asturiana y buena parte de su costa son los lugares donde Hunosa debe buscar «huecos o bolsas» susceptibles de albergar el dióxido de carbono, principal causante del cambio climático. ¿Dispondrá el subsuelo del Principado de espacios apropiados para almacenar CO2? Los estudios que ahora deben realizarse darán contestación a este interrogante. Pero las primeras impresiones no son especialmente favorables. «No vamos a realizar un gran descubrimiento. Podremos encontrar fosas de un interés limitado», adelanta ya Juan Ramón García Secades, presidente de Hunosa, compañía en la que el Ejecutivo ha delegado la responsabilidad de las investigaciones.

Para cumplir este encargo, Hunosa tendrá que acometer tres planes, en otras tantas fases sucesivas. El primero será de exploración del subsuelo de la zona central asturiana, principalmente en sus explotaciones ya cerradas, para buscar capas de carbón a profundidades superiores a 600 metros; o en la costa, principalmente la oriental, frente a Llanes o Buelna, para encontrar huecos de acuíferos salinos profundos. El segundo corresponde a la investigación para determinar su idoneidad como almacén estanco de gas. Y el tercero para comprobar si son susceptibles de aprovechamiento.

Desde el 18 de diciembre, el Grupo Hunosa tiene el mandato oficial de realizar estas labores. Ese día, el Consejo de Ministros aprobó el real decreto que designa a buena parte del territorio regional como la primera zona española susceptible de albergar en sus entrañas CO2 y señaló a la empresa minera como la responsable de explorar sus condiciones. También daba el visto bueno el Gobierno de Zapatero a la norma que da cobertura legal a estas operaciones de captura y almacenamiento del gas, y fija las condiciones ambientales.

La reserva a favor del Estado que tiene ahora Hunosa del subsuelo y costas asturianos le confiere la responsabilidad de desarrollar las investigaciones, bien por medios propios a través del Instituto Geológico Nacional o mediante la convocatoria de un concurso para que las realicen compañías especializadas. Sea cual sea el método que se utilice, Hunosa tiene que investigar si hay espacios estancos en el subsuelo o en la plataforma marina, sobre los que la empresa minera adquirirá un derecho futuro.

Con la base legal aprobada, el encargo del Gobierno formalizado y la teoría de las labores a desarrollar claras, las expectativas no parecen ser muy optimistas. Asturias puede albergar «huecos» o «bolsas» para almacenar y sellar CO2, pero no parece, en principio, que tengan grandes dimensiones. «No esperamos un gran descubrimiento. Esto no va a ser como el Mar del Norte, donde hay espacios para albergar el gas producido en periodos de hasta 20 años. Aquí podemos hallar lugares utilizables con una capacidad limitada», señaló el presidente de Hunosa. No obstante, «identificaremos los lugares, analizaremos sus posibilidades y cumpliremos con nuestras obligación de explorarlos», añadió Secades.

El futuro energético, la lucha contra el cambio climático y la pervivencia de combustibles fósiles como el carbón tienen puestas buena parte de sus esperanzas en la captura, transporte y almacenamiento de CO2. Los métodos para capturarlo están en fase avanzada. En España se trabaja en dos vías: la que desarrolla la ciudad de la Energía de Ponferrada de precombustión (se intenta eliminar el gas en el proceso de quemado del carbón) o el que realiza el Instituto del Carbón en Asturias de poscombustión (capta el gas una vez sale de las plantas). También se conocen los medios de transporte del CO2 una vez capturado: bien por tuberías hasta las fosas donde almacenarlo, bien por gasoductos o como gases licuados. Otra cosa es cómo y dónde enterrarlo. Tres son las denominadas «estructuras estanco o trampa». La primera es la utilización de los huecos dejados en el subsuelo terrestre o plataformas marítimas por la explotación de gas o petróleo. La segunda los acuíferos salinos profundos, por debajo de 800 metros y a unas 80 atmósferas de presión, donde el CO2 se disuelve. Y la tercera las capas de carbón a una profundidad de 600 a 900 metros.