El título del libro «Fatamorgana de amor» con banda de música puede producir dos efectos: ¡qué sugerente, apetece leerlo! o ¡menudo bodrio debe ser! Bien, se opte la respuesta por la que se opte, no hay que ceder a las primeras impresiones, sino leerlo. Porque esta breve novela de Hernán Rivera Letelier seduce con un huracán de sensaciones por el que merece la pena dejarse arrastrar. La exquisita joya del narrador chileno, si bien puede descolocar un poco en las primeras páginas, resulta una vez iniciada la lectura un descubrimiento maravilloso. Mi acercamiento al texto fue gracias a Marta Arias, profesora de inglés del IES Jerónimo González de Sama, que a tantas generaciones de alumnado langreano nos ha intentado meter en la cabeza los tiempos del verbo «to be», los irregulares o los phrasal verbs. Pues bien, además de ayudarme a combatir por primera vez de forma solvente con la gramática inglesa, Marta me recomendó la novela. Y le hice caso. Y me enamoré de la obra. No fue fácil encontrarla, recuerdo que hubo de encargarse a la editorial. Por aquel entonces, yo ni siquiera conocía al autor, quien parece gozar de más popularidad en otros países castellanoparlantes que en el nuestro (al menos antes de haber ganado en el 2010 el premio Alfaguara), pero una vez entre mis manos, zambullirme en el universo de Rivera Letelier me costó más bien poco. Su prosa sensorial recoge ecos propios de escritores como García Márquez o Juan Rulfo, pero no porque imite en modo alguno a tales autores, sino porque destila el sello propio de los universos del realismo mágico, donde la realidad siempre parece admirada a través de un caleidoscopio que la embellece sin restarle un ápice de dureza.

La trama se desarrolla en torno a la creación de una banda de música (la Banda del Litro) en un pueblo perdido del desierto de Atacama, cuyo objeto es agasajar al Presiente de la República que hará una visita excepcional (cómo no recordar al Berlanga de Bienvenido Mister, Marshall, pese a ser obras muy dispares). Y así se reúnen el trompetista Bello Sandalio, la pianista Golondrina del Rosario a la que éste ama con fervor, Sixto, el barbero anarquista o el Diablo del Bombo. Todos ellos se desenvuelven en una narración que no solo está formada por palabras: la novela está llena de sonidos, olores, sensaciones que prácticamente se pueden palpar. Una explosión de luz para los sentidos, un festín para la imaginación.

Mi última experiencia de lectura grupal con Fatamorgana de amor fue en el Aula de Lectura de Les filanderes, donde la leímos a propuesta mía. Las compañeras vivieron con mi misma intensidad la magia de la obra. Por eso me gustaría darle las gracias a Marta Arias por habérmelo descubierto, y decirle, que aunque alguna vez me atraganto con un phrasal verb, nunca me olvido de recomendar este libro, con el secreto regocijo de que estoy compartiendo un tesoro.