Es uno de los concejos más atractivos de Asturias especialmente la parte alta, la que sigue de Cabañaquinta hasta la Raya en el Puerto de San Isidro. Belleza indómita en unos casos, serena en otros, conformando un paisaje envuelto en foresta universal, ríos rápidos, caminos imposibles, cinegética oculta, praderías lejanas y esa hospitalidad real de la que hacen gala los moradores de estos pagos atávicos, montañeses y etnográficos.

Y cuando hablo de Aller me refugio en las historias de mi estimado compañero en la ASPET -la Asociación Asturiana de Periodistas y Escritores de Turismo- Pedro Rodríguez Cortés, estudioso de la causa allerana desde su Felechosa natal. Pedro sabe, con el entusiasmo de los ilustrados, mucha genealogía y leyendas de estos contornos mineros y agropecuarios, avalados por esas cumbres emblemáticas como Peña Mea, Torres o Toneo. Y Aller tiene historia porque sus vecinos han sabido mantener esas tradiciones de antaño en la memoria de muchas generaciones. Y así hasta nuestros días. El hidalgo local y buen amigo Jorge Juan Martínez, nativo de Cabañaquinta, pero con raíces ancestrales en El Pino me cuenta el devenir de estos esforzados territorios con sus relatos y epopeyas. La jornada es luminosa por todo el perímetro de estos valles animados y cargados de ilusión y vida. Los saludos matinales se suceden en cualquier rincón de la villa capital, en la plaza, en la carretera general, en el bar amistoso. Jorge Juan que vive en Oviedo es un allerano ejerciente y cuando se acerca a su solar natal, la salutación, la venia y la cortesía son hechos que gustan y que dicen mucho de estos habitantes sosegados mientras se toman el vermú o el vino del mediodía. Cabañaquinta es vieja capital con la Colladona por sombrero y Pola de Laviana a 18 kilómetros según reza el cartel, tiene estilo y sus gentes son afectas y habladoras. Se quejan de su presente y de lo que fue Aller en otro tiempo con una demografía densa y actualmente la diáspora está dejando a este concejo con la mínima habitabilidad. Pero ellos tienen esperanza y siempre confían en nuevas economías que saquen a esta zona del marasmo actual? En el huerto próximo a la capital está Jesús, amigo de Jorge Juan con sus lechugas recientes, sus fréjoles y unos tomates de altura vegetal. En Levinco Aquilino, otro buen amigo, ve pasar la vida entre árboles frutales, parlamentos y sosiego estival. Ya en la casa solariega de El Pino, Jorge Juan aprovecha para realizar el riego pertinente de su jardín íntimo y prepara nuevas plantaciones. Es una isla en medio de tanto vergel. Al fondo, el sonido de los tractores con la yerba fresca y una gaita memorable me trae recuerdos de aquella canción popular: "Entre la Pola y El Pino hay una piedra redonda?" El verano aquí es todo sentimiento rural y afabilidad, gentes que van y vienen de los prados próximos con sus aperos y la vestimenta para la ocasión. Se vive totalmente ese ambiente de siempre con gallardía y dignidad.

En Felechosa esa localidad guardiana del universo del esquí se encuentra con el sol por montera y notable aplacamiento, quietud y reposo. En las casas de comidas cierto ambiente que busca del buen yantar de la zona. En el Rápido y el Parador las terrazas conviven con las charlas estivales. En De Torres el condumio se convierte en placer gastronómico de la mano de Mari Paz y Mari Luz. Ese cabritu al horno bien equilibrado y en su punto anima a los viajeros que se abren camino entre unos aperitivos loables y el diálogo afecto. Lolo Megido -pater familias- participa por momentos de la charla mientras ofrece unos embutidos selectos de su taller gastronómico Milia. Aquí todo es acogimiento, amparo y cobijo. Y esa realidad es hacer hostelería buena y eficaz, por algo este local tiene la causa de la promoción del boca a boca y de la parada y casi fonda.

En ruta al Puerto de San Isidro buenas vistas en todo el itinerario y una carretera curvilínea, mejorada y estética con la estación de esquí Fuentes de Invierno esperando el crudo invierno? En las alturas el ganado pasta tranquilamente en esos prados feraces y frescos con el apoyo orográfico de la llamativa mole del Picu Torres, esa montaña hermana entre Aller y Caso. En el descenso una parada en Llanos para observar la playa fluvial del remansado río San Isidro. Chapoteos, bullicio y meriendas divertidas. Una piscina sencilla, artesana y práctica que algunos próximos deberían imitar. Y Aller sigue su camino de verdad, arrebato, pasión y fervor por lo suyo con la idea benévola de ganar el futuro. Un futuro que se antoja esperanzador por el carácter perseverante de sus moradores, sus rodales, su ánimo alejado del desaliento y por esa genética consustancial con el natural y abanderado. Una jornada allerana sujeta al paisaje, al afecto, a la hospitalidad y a esos parlamentos cotidianos y matemáticos que invitan a volver por estos espacios de manantial y linaje.