Francia firmó en junio de 1940 con Alemania el armisticio más vergonzoso de su historia. La revelación de la catástrofe se resume, según escribió Manuel Chaves Nogales (1897-1944), en una escena urbana que demuestra cómo la conquista de París corrió a manos de agentes de la circulación hitlerianos que se pusieron tranquilamente a regular el tránsito. Cuenta el periodista sevillano que el último automóvil fugitivo que salió de la Ciudad Luz rumbo a Tours tuvo que desviar su ruta en la Puerta de Saint Cloud porque uno de esos guardias había colocado el disco rojo en el cruce para dar paso a los carros de la primera división motorizada alemana que entraba al asalto de la capital francesa. Allí no había resistencia, porque los franceses habían desistido de la lucha. Simplemente, «un guardia de circulación había sido sustituido por otro. Puede parecernos aterrador, pero en eso consistía todo».

Chaves Nogales era, cuando la invasión de París, un periodista experimentado. No se dejaba engañar fácilmente por las apariencias ni había caído en el pecado intelectual de quienes, por no perder el contacto con la sensibilidad de su tiempo, se dejaron arrastrar por la barbarie comunista o fascista. La guerra civil española y sus viajes por Europa le habían familiarizado con los totalitarismos de uno y otro signo. En un país martirizado por la intolerancia, era también uno de los pocos demócratas convencidos de que había que combatir lo mismo la tiranía de la aristocracia que la dictadura del proletariado. Sabía de antemano que fuese cual fuese el resultado de la guerra civil España acabaría en manos de una o de otra; por eso y en vista del cariz que tomaba el conflicto bélico decidió descorazonado refugiarse en el otro lado de los Pirineos.

La segunda desilusión se tradujo años más tarde en La agonía de Francia, un pequeño gran libro y uno de los ensayos más vibrantes e inteligentes sobre las consecuencias sociales de la II Guerra Mundial, publicado en Montevideo un año más tarde de su huida a Burdeos. Chaves Nogales acabó sus días en Londres al lado del pueblo que mejor entendió que al nazismo había que combatirlo y no negociar con él. Allí sobrevivió al «blitz» de la Luftwaffe, pero se murió años después de una peritonitis.

Drôle de guerre! Sí, probablemente, como escribió Chaves Nogales, al que lanzó esa exclamación tendrían que haberlo matado. Traducido significa guerra inútil o sin justificación y en ella se resume el derrotismo de los franceses ante la posibilidad de tener que enfrentarse a los alemanes, un enemigo militarmente superior pero también moralmente. Un invasor que venía con otras reglas del juego para acabar con un sistema en el que los franceses, por lo general, empezaban a dejar de creer, tentados por la moda de los totalitarismos y decepcionados del parlamentarismo. «No era la inteligencia de las minorías, sino el espíritu de la masa lo que fallaba en Francia. A esta masa le habían destruido estúpidamente su vieja fe en la democracia, la libertad, las virtudes cívicas que la habían sostenido y animado salvándola de todas las catástrofes» (páginas 51 y 52). Y también está esa pereza vital, la comodidad que lleva a los ciudadanos a la convicción de que «un estado puede derrumbarse o ser invadido, pero, en cambio, no es posible que el servicio municipal de limpieza deje de recoger las basuras durante cuarenta y ocho horas». A esta falta de vocación repentina por la libertad hay que sumar la reacción fascista en contra de los frentes populares que se había importado de España o el antisemitismo (remember Gobineau) que empujó a los franceses a impedir que George Mandel, el único Clemenceau posible después de Clemenceau, como explica Chaves Nogales, se pusiese al frente del Gobierno en la situación de mayor complejidad.

Francia era minutos antes de la invasión alemana una sociedad descreída y un ejército de cuatro millones de hombres que no estaban dispuestos a pelear. La mentalidad Maginot había pasado a la historia. Antes mil veces la esclavitud que la guerra, era el lema. Los conservadores franceses confiaban en la capacidad de claudicación de Neville Chamberlain para evitar lo inevitable. Todavía hoy tenemos que agradecerle al cielo que Inglaterra no le dejase finalmente la última palabra al appeasement (la política de apaciguamiento) de aquel negociante de Birmingham.

Chaves Nogales, lo mismo que había estado en Rusia para asistir al vértigo del bolchevismo y denunciado las atrocidades de ambos bandos de la guerra civil en A sangre y fuego, se quedó hasta el último momento en Francia para asistir al espectáculo de las víctimas seducidas por los verdugos. En vista del interés del testimonio, abandonó a tiempo el país para contarlo. Gran libro.