La caza de brujas acaba de comenzar en el Madrid. La dirige Mourinho, como todo allí últimamente, y persigue desenmascarar al chivato del vestuario, al futbolista que filtra secretos de alcoba y que lo retrata en algunos medios casi a diario desde hace meses. La exclusiva del diario «Marca», que desveló una descomunal bronca entre Ramos y Casillas por un lado, y el entrenador por otro, le anima a redoblar su esfuerzo en la investigación. Asumido que los portugueses y sus amigos del clan de Mendes jamás le fallarán, señala al grupo de españoles, con Casillas, Ramos y el descontento Albiol a la cabeza.

La guardia pretoriana de Mou es fuerte. Cuenta con un grupo amplio de jugadores, con un presidente entregado y con unos auxiliares al servicio de la causa. Rozó el patetismo el aplauso al mismo son de Silvino Louro (entrenador de porteros) y de Rui Faria (preparador físico) el domingo pasado, cuando el fondo sur le cantaba a su adorado entrenador y el resto del Bernabeu respondía con pitos. Esta pareja, junto a Karanka, enredado en una difícil situación entre dos aguas, son sus ojos y oídos y en la caseta. Los envía a cada corrillo, a cada charleta entre compañeros, por si allí pudiera urdirse alguna conspiración.

La filtración al diario deportivo madrileño anima a Mourinho en unas pesquisas que ya había iniciado tras el clásico de la semana anterior. Entonces no dio la alineación hasta subir al autobús, pero desde allí, un jugador envió un mensaje desde su móvil. «Con esta alineación, a rezar», decía, después de conocer el esperpéntico planteamiento que había preparado para recibir al Barça. El efecto rebote llevó el sms hasta un periodista y, de uno en otro, llegó a oídos de Mou y a las páginas de un diario nacional. El lío estaba en marcha.

El portugués dedicó el mismo esfuerzo el domingo a la charla técnica para jugar contra el Athletic que a intimidar a una plantilla de la que espera una sumisión sin condiciones.

Los viejos códigos del fútbol dicen claramente que los trapos sucios se lavan en casa, pero Mourinho es el primero que lo contradice. Le gusta airear las miserias de algunos y minimizar o justificar las de otros, siempre con su enorme ego por delante.

Mou acusó a Sergio Ramos de haberlo «matado en la zona mixta», así que, después de golear al Athletic, Arbeloa y Casillas pactaron declaraciones de consenso. Dijeron que el vestuario estaba unido, que ellos iban con el entrenador «a muerte» y que pensaban que era recíproco. No negaron la bronca de la controvertida portada de «Marca» ni se mostraron siquiera contrariados.

En privado sucede lo contrario. El capitán ya no se esconde con sus íntimos, harto de unos desplantes que comenzaron cuando quiso arrebatarle el brazalete la temporada pasada y continuaron con pequeños detalles, rematados con el desprecio a sus 600 partidos oficiales de blanco. Lo mismo que Albiol, relegado a la última opción en la defensa y con su participación en la Eurocopa en el aire por falta de minutos.

La reconciliación pública que escenificaron el portero y Arbeloa no encontró eco en Mourinho en la sala de prensa tras la última victoria. Ni una palabra para el equipo, ni una valoración sobre el conflicto aireado y un reto para la afición y los primeros pitos que le dedicó. «Aquí han silbado a los mejores, que respondieron con su fútbol; cuando yo responda, a lo mejor se entristecen». Mensaje de difícil traducción, quizás enfocado hacia la última amenaza: hay quien decía que querría dejar el club al final de la temporada, un recurso que ya utilizó para laminar a Valdano el curso pasado.

Mourinho, valiente y pendenciero con los futbolistas, deja su sensibilidad para los jefes. «Tengo una relación fantástica con el presidente y con José Ángel Sánchez (director general); saben que conmigo no van a tener problemas», dijo después de escuchar los primeros pitos con dedicatoria del Bernabeu.

A Florentino Pérez le ha transmitido la deslealtad de los jugadores y los porqués de su caza al chivato. Se ha puesto a ello con la seguridad de que los cinco puntos de ventaja en la Liga evitan venganzas en el campo. Pero la caseta es un polvorín a punto de estallar.