El Sporting salió enrabietado, decidido a reconciliarse con su afición por la vía rápida. Cinco ocasiones meridianamente claras en los diez primeros minutos despejaron ligeramente los nubarrones con los que había arrancado el encuentro. Hasta que llegó un golpe de esos que tumban al boxeador más curtido. Una arrancada de Javi Venta, con un centro medido al segundo palo, permitió a Valdo cabecear sin oposición. Y así, sin hacer nada, sin haberlo merecido, el Levante se puso por delante. El gol enrabietó aún más al Sporting, que se lanzó a la desesperada, presionando a su rival en el área contraria.

Así, en una acción en la que Trejo, Barral y Nacho Cases agobiaron a la veterana zaga azulgrana llegó el empate. Los dos atacantes presionaron y el centrocampista ganó un balón de cabeza que acabó llegando a Trejo, para que resolviera con frialdad. El argentino tiene detalles de futbolista grande que combina con intervalos de apatía. Con Trejo no valen las medias tintas. Tiene admiradores y detractores a partes iguales. Los primeros no se sientan en el fondo sur, adonde el argentino tuvo la mala idea de ir a celebrar su gol y salió escaldado.

El Sporting siguió acumulando ocasiones, pero sin la puntería necesaria para transformarlas. Tampoco es que Munúa hiciera un partido memorable. Tras el descanso, el Levante se rearmó, ganó la batalla aérea y trajo peligro en varios cabezazos de David Navarro y Koné.

El doble cambio decretado por Clemente y la tormenta de la grada acabaron de desquiciar al Sporting, que se olvidó de defender un saque de banda. Botía y Lora, en el único reproche que se le puede hacer, descuidaron la marca, y Valdo y Koné se inventaron un gol que pareció condenar al Sporting al infierno, víctima de sus propios pecados. El barco se hundía y el Levante quiso hacer sangre. Koné se aprovechó de la lesión de Pedro Orfila para evitar el fuera de juego, pero, cuando parecía que el africano marcaría de nuevo, el luanquín lo evitó bajo palos en su último servicio a la causa. Luego sería Rubén quien sacaría un misil de su pierna izquierda que exigió la mejor versión de Juan Pablo.

Cuando el sportinguismo estaba a punto de echar el cierre, se agigantó la figura de Lora. Emprendió una de esas aventuras de final incierto arrancando desde el lateral y la culminó con un zurdazo raso, ajustado al poste, inapelable. Y fue como ver aparecer al séptimo de caballería. La furia rojiblanca, contenida desde hacía meses, se desató. Con Trejo al frente de las operaciones, participando en todo lo bueno que hizo el Sporting, y un Sangoy más acertado que nunca, el sportinguismo volvió a creer. Y fue Sangoy, el hombre en el que sólo confiaba Clemente, el que improvisó zurdazo ajustado al palo contrario al que había lanzado Lora. Y El Molinón explotó ahora para bien. Pero el sufrimiento volvió. David Navarro cabeceó al larguero para recordarle al Sporting que la lucha continúa. Y ésa es hoy la mejor noticia.