Si el diferido da una perspectiva diferente de los acontecimientos, en el caso de los partidos de fútbol, mucho más, ya que los despoja de la emoción inherente a la incertidumbre. A menudo este despojamiento los deja en nada. Pero, si han tenido sustancia, ésta permanece. Visto así, se puede opinar que el Barcelona-Madrid del sábado no fue un gran partido, aunque sí interesante. Y, desde luego, trascendente. Al comienzo de partido los graderíos se cubrieron con los colores del barcelonismo, con la senyera como símbolo dominante. Al final cayó sobre ellos un manto blanco.

LA LIGA DEL MADRID.- Se había llegado a especular que en ese partido estaba en juego la Liga. Quizás era una exageración. La Liga era madridista desde hace bastantes jornadas. Es un campeonato de regularidad y el Madrid ha tenido este año una trayectoria más consistente que el Barcelona. Los dos han sido muy fuertes en su campo, pero el Madrid ha sido más eficaz fuera de casa. Gracias a ello pudo llegar al sprint final del campeonato con una ventaja tan confortable que le ponía a cubierto de posibles flaquezas, como las que, efectivamente, le han tentado. Si algo ponía en riesgo el partido con el Barcelona no era la Liga en sí -aunque perdiera, el Madrid seguiría dependiendo de sí mismo- sino la autoestima del favorito. No ha sido el caso. El Madrid será campeón después de tres años de frustración. Y lo será con unos números apabullantes, tanto en puntos como en goles, que le permitirán decir con orgullo: «Ahí queda eso». Y lo que queda es un récord.

UN ÉXITO A LA CONTRA.-Pese a su condición de equipo goleador, el refrendo del Camp Nou se produjo jugando a la contra. El Madrid es un equipo de muchos y buenos delanteros, pero el juego de ataque lo ha adquirido en el mercado, en unos casos (Cristiano Ronaldo), comprando lo mejor sin que importe el precio y en otros (Benzema), corriendo un riesgo, que no dudó en arrostrar el propio presidente. Defender bien, en cambio, es una habilidad que no requiere tanta inversión, sino que llega a aprenderse. Lo que también se adquiere en el mercado es quien sepa enseñarla. Por ejemplo, Mourinho, que saltó a la fama en el Oporto, donde con un bajo presupuesto hizo un equipo contra el que era imposible jugar. Al Madrid vino para desbancar al Barcelona, tarea ardua, pues el colega rival, con Guardiola al frente, estaba dando cuerpo y alma al mejor equipo azulgrana de la historia. El elegido fue Mourinho, sin duda porque al mando del Inter había acreditado cómo frenar al Barcelona. Le ha costado. El 5-0 de su primera visita al Camp Nou fue una tremenda humillación que estuvo a punto de convertirse en trauma. Para superarlo, Mourinho se refugió en sus antiguas convicciones, tratando de sacar de ellas un antídoto contra un rival cuya valía como equipo se reforzaba hasta lo inaudito con un jugador diabólico, como Messi. Partido tras partido, el rosarino desguazaba al Madrid. Pero el sábado pasado en el Nou Camp Messi no tiró una sola vez a puerta. O no le dejaron ponerse en posición o le taparon el disparo. Seguro que en su fuero interno Mourinho ha valorado al máximo ese dato clave.

EL DETALLE TELLO.- Messi no tiró, pero sería injusto decir que no jugó. Los suyos fueron los mejores pases del partido. Uno, el que dejó a Xavi delante de Casillas en el minuto 26. Otro, mejor aún, dos minutos después, que hubiera puesto a Tello ante la portería si al canterano no se le hubiera ido el balón en el control. Tello fue una de las elecciones sorpresa de Guardiola, que, para sorpresa general, descartó a Piqué y a Cesc. Tello ha sido una de las revelaciones de la temporada. Es un extremo clásico, con buena cintura y arranque explosivo, que no se arredra ante la puerta. Pero esta vez no acertó. Falló en el control del gran pase de Messi y remató mal, en el segundo tiempo, un servicio perfecto de Thiago, el recurso del que echó mano Guardiola para apoyar a Xavi, cuyo sóleo se ha convertido en una preocupación nacional. Tello sería, además, quien perdiera en el centro del campo el balón en la jugada del segundo gol del Madrid.

DE CASILLAS A VALDÉS.-Entre dos equipos que se conocen muy bien es frecuente que los partidos se resuelvan por detalles. Barcelona y Madrid jugaron como era previsible. El Barcelona tuvo el control del balón y el Madrid trató de explotar la velocidad de su contragolpe. Pero quienes decidieron el partido fueron probablemente los porteros. Una gran salida de Casillas ante Alves en el minuto 5 evitó que el Barcelona se adelantara. Y en el 26 el meta madridista desvió un tiro muy cercano de Xavi, desmarcado por el genial pase de Messi ya mencionado. A cambio, un fallo de blocaje de Valdés a un cabezazo no muy difícil de Pepe, dio paso al primer gol del Madrid, al que, además del acoso de Khedira, influyó el error de Puyol, que, en vez de despejar, quiso proteger el balón para que lo recogiera su portero sin percatarse que tenía un contrario encima. Y en el segundo gol del Madrid, Cristiano Ronaldo, habilitado por un pase de seda de Özil, lo hubiera tenido más complicado si el portero barcelonista le hubiera aguantado bajo los palos, porque la trayectoria de su carrera no encaraba la portería.

CÓMO QUEDAN LAS COSAS.- Cristiano celebró su gol con un gesto de autoridad. No pidió silencio al Camp Nou, como en su día hiciera Raúl, sino que reclamó sosiego. Para el portugués marcar equivalió a reivindicarse en un campo que habitualmente le ha resultado hostil. De nuevo intervino más bien poco, pero esta vez fue determinante. Es, además, el mascarón de proa del Madrid y el que ha liderado con su enormidad de goles un gran campeonato. Pero para que ese equipo esté a punto de coronar el éxito que quizá más deseaba han sido importantes otros puntales, como el hallazgo de la gran pareja de centrales, Pepe y Ramos, la consolidación de Xabi Alonso como creador de juego, el afianzamiento de Özil y el crecimiento de Benzema. Y todo ello, bajo el amparo de Casillas. El triunfo en la Liga no saciará de todos modos las aspiraciones del Madrid, en la misma medida que esa pérdida no agota las del Barcelona. Al equipo de Guardiola le queda la Copa del Rey, cuya final disputará al Athletic de Bilbao, y a los dos la Champions, en la que es probable que se vean en la final. Terminada una batalla, las espadas quedan en alto para la siguiente en una guerra que no terminará nunca.