Según pasaban los minutos, más bloqueado se veía al Barça y más convencido al Chelsea de que el milagro era posible. Con los nueve jugadores protegiendo a su portero pasó menos apuros que cuando lo hacía con diez. Después del penalti, el va y viene del Barça apenas se tradujo en un cabezazo de Alexis desviado, una llegada de Cuenca tapada por Cech, el gol anulado a Alexis por fuera de juego de Alves y el zurdazo de Messi al poste.

Mata, que completó ayer la eliminatoria más extraña de su vida, implicado como una pieza más en la defensa del fuerte, vio el tramo final desde el banquillo, convencido de que tenía al alcance de la mano su primera gran final de clubes. Sin imaginar siquiera que su compañero y amigo Fernando Torres iba a tener la última palabra. Con todos los barcelonistas buscando lo imposible, Torres se quedó de palomero y, de repente, tras un rechace se encontró con una pradera y Valdés en la lejanía.

El delantero madrileño, objeto de escarnio hasta hace poco por su parálisis goleadora, estaba ante su gran oportunidad para reivindicarse. Lo hizo, tras unos eternos segundos de suspense, con un desborde limpio a Valdés, que recibió su tercer gol en una eliminatoria en que apenas tocó el balón. Son las cosas del Barça, un equipo que después de tres años de rozar lo imposible fracasó de la forma más increíble.