Uno, el asturiano nacido en Burgos, acabó el partido exhausto, con la lengua fuera, pero con la reserva de energía suficiente para darse el último sprint en busca de Fernando Torres, su gran aliado. El otro, el de Teverga, había resuelto antes los problemas con una obra de arte. Una más. Juanín y Adri, los niños del Requexón -Mata y Adrián López, con sus actuales nombres artísticos-, acabaron con las esperanzas de Barcelona y Valencia y pondrán la cuota oviedista y asturiana en las finales europeas. Es la guinda a una temporada sobresaliente en el apartado personal.

Juan Mata (Burgos, 1988) llegó en verano al barrio más lujoso de Londres previo pago de 28 millones de euros. André Villas Boas había tenido la culpa del desembolso; Roman Abramovich fue el encargado de soltar las libras. La puja del Barcelona para hacerse con sus servicios no fue suficiente y el asturiano tuvo que emigrar a una de las Ligas más competitivas del mundo.

Pocos sospechaban que su integración sería tan rápida. El 27 de agosto Mata debutó con el Chelsea ante el Norwich City anotando el 3-1 definitivo. El «pistolero», como le había bautizado Blas García, su entrenador en el Oviedo cadete, demostraba que no pensaba en adaptaciones progresivas. Lo suyo era actuar a toda mecha, como en el terreno de juego.

Un día después Adrián López (Teverga, 1988) lucía por primera vez en la Liga la camiseta rojiblanca del Atlético. Lo hacía en un empate sin goles ante Osasuna en el Calderón. No fueron pocos los que se acordaron de Forlán y Agüero en las primeras fechas. La pareja había dejado un registro goleador histórico en el Manzanares y al chaval asturiano recién fichado le perseguía la sombra de la duda sobre su aportación goleadora: en 120 partidos en Primera sólo había anotado 17 goles, un tanto cada siete encuentros. El reto del tevergano era de aúpa.

Por Londres, las cosas marchaban sobre ruedas los primeros meses. Mata fijó su centro de operaciones en el selecto Wyndham Hotel, a cinco minutos de Stamford Bridge. La búsqueda de piso llevaría su trabajo. Allí empezó a estrechar lazos con alguno de los nuevos como Oriol Romeu, Meireles o Lukaku. El apoyo de Fernando Torres se hizo imprescindible para que cayera en gracia en un vestuario que pronto le puso mote: Johnny Kills (traducción libre de Juanín Mata, obra de su compañero Daniel Sturridge). Sobre el césped no necesitó a nadie. Villas Boas le confesó amor eterno desde que le dio la camiseta con el 10 a la espalda. Mata era la magia de un sistema que chirriaba, la improvisación que rompía las directrices mejor estudiadas.

Mientras Mata coleccionaba titulares en los tabloides, Adrián empezaba a ganarse el respeto del Calderón. Poco a poco, paso a paso, gol a gol. Lejos del bullicio del barrio elitista de Londres donde se movía su paisano, Adrián optó por la tranquilidad y fijó su residencia en Boadilla del Monte, cerca de la ciudad deportiva del Atlético de Madrid. Adrián siempre ha sido un tipo sosegado. En el vestuario la integración fue fácil. Filipe Luis fue su escudero. Al delantero se le vio cómodo desde el principio rodeado del brasileño -con quien coincidió en el Deportivo-, Juanfran o Mario Suárez.

El paso de los meses hizo que Adrián se fuera asentando en el Atlético y encontró su particular foro de reivindicación en la Liga Europa, un escenario exigente. A base de goles, el delantero fue convenciendo a los más escépticos. También al técnico Gregorio Manzano, que en verano no veía a Adrián como un delantero referencia. Convencido el técnico y la grada, un suceso hizo que llegara su explosión definitiva: el «Cholo» Simeone.

El 23 de diciembre de 2011 el Atlético anunció la contratación del argentino. Recargada la batería en el descanso invernal en Teverga, el delantero ingresó en el sistema Simeone como una pieza fundamental. Casi tanto como el infalible Falcao, con quien empezó a formar una pareja demoledora.

La historia de paralelismos entre las dos joyas de El Requexón se mantuvo los siguientes meses. Si Adrián recibió la llegada de Simeone como una bendición, Mata lamentó el 4 de marzo la destitución de Villas Boas, el hombre al que le debe ser un «blue». Con Di Matteo el rol de Mata apenas se resintió, se le exigió algo más de esfuerzos defensivos, pero siguió siendo un hombre importante. Como ocurriera con Adrián, también Mata encontró su particular medio de expresión en Europa. Descartada la lucha por la «Premier», a Juan le tocaba demostrar en la máxima competición continental que su apuesta por el Chelsea era ganadora.

Y llegaron las semifinales de las competiciones europeas. Al Chelsea le tocó el papel de víctima ante un Barça llamado a marcar una época. Al Atlético un rival incómodo, el Valencia. Mata dejó a un lado el lienzo y se puso el mono de trabajo. Tras kilómetros de esfuerzo y 180 minutos de resistencia heroica, Juan estalló de alegría en el banquillo del Camp Nou y emprendió la carrera en dirección a Torres, el autor del gol de la sentencia. Estaba en la final de la Copa de Europa.

Adrián no renunció a su condición de artista. En el Calderón anotó tras un sprint que bien parecía una estampida; en Mestalla atravesó la escuadra de Alves para poner las cosas claras. Era su gol número once en Europa, el récord absoluto de un español en competición europea. Los registros de Raúl y Di Stéfano habían quedado hechos añicos. Adrián ya figura en la historia.

Pero todavía queda lo mejor. Bayern y Athletic esperan en las finales. Múnich y Bucarest serán los escenarios. Mata y Adrián están llamados a poner la magia, como hicieron con la camiseta del Oviedo no hace tantos años. Y hay quien espera que la historia tenga continuidad este verano en la Eurocopa y los Juegos. Quién sabe. Todo está en los pies de Juanín y Adri, los niños del Requexón.