La vieja botella con el S.O.S. que el consejo del Real Oviedo echó a la mar ha encontrado respuesta. No se perdió en la deriva de las corrientes, ni la atraparon los hielos marinos, ni se demoró sin dirección o rumbo seguro. La respuesta inmediata de la afición, la sociedad de la información, sus medios, las novísimas redes sociales captaron, descifraron y propalaron ese mensaje hasta convertirlo en el hastag más popular de Twitter en los últimos años: #SOSRealOviedo. Un mensaje, una llamada de apremio, un grito de angustia que, en un proceso insospechado e imprevisto, incendió el ciberespacio y la navegación, llegó a todos los rincones del planeta y se transformó en milagro. Porque no otra cosa que un hecho prodigioso ha sido este rescate venturoso, esta aventura de final feliz en la que de forma inconsciente y sólo con la ingenuidad deportiva y la fe de los conversos puede entenderse -tratar de entenderse- este fenómeno virtual y real que ha transformado a un club histórico pero de Segunda B en una noticia universal. Fue una campaña espontánea la que ha dado a luz a nuestra marca global y a la empresa multinacional puede que más participada de los últimos años? Tratar de explicar este fenómeno inexplicable, recabar la ayuda de los sociólogos, los intelectuales o los publicistas, pero sobre todo proporcionarle un reconocimiento eterno y entrañable a esta inmejorable afición, de nombres propios y actitudes y aportaciones ejemplares, es el propósito obligado de este orgulloso consejo de administración. La resurrección de Lázaro, el salvamento in extremis, la garantía de continuidad y el compromiso de tantos hombres y mujeres de buena fe merecen presencia constante y letras de bronce en el Carlos Tartiere.

Estos días nerviosos y excitantes, las colas permanentes ante las oficinas del club, la contribución económica de miles de aficionados que les robaron dinero a sus propias necesidades, la sinceridad desnuda y desgarradora de quienes no podían vivir sin ilusiones, sin futuro y sin esperanza carbayona, han producido este fenómeno insólito y tal vez irrepetible. «Ejemplo y asombro de solidaridad» que movió en última instancia al grupo Carso a rematar la operación, poner la guinda y convertirse en el accionista de referencia de la que será sin duda la empresa más modesta, pero no la menos valiosa de su poderoso imperio. Con todo, a los de la revista «Forbes», que sólo miden fortunas, habrá que decirles que para los oviedistas, el ingeniero Slim -y especialmente su yerno Arturo Elías- tiene el corazón de oro y es un Príncipe de Asturias que entra en nuestra casa grande, en la casa de indianos de nuestro club, con todos los honores y gratitudes.

No podemos olvidar tampoco en esta referencia agradecida las contribuciones especiales del siempre solidario Real Madrid, de los medios asturianos, nacionales y extranjeros. De Sid «Sir» Lowe -erasmista de mozo en nuestra Universidad-: «El club que formó para la Premier League a Cazorla, Michu y Mata corre el riesgo de desaparecer. Por favor, comprad acciones». Significamos también el tatuaje a fuego de la marca Oviedo en los seguidores del Portland Timbers, los Timbers Army; el reguero de pólvora azulona que llegó a Australia y hasta escribió en chino mandarín el nombre de nuestro club? El resultado es que hoy contamos con accionistas en los cinco continentes, del África negra a la Antártida, habitada por el buque oceanográfico «Hespérides»; que los miembros de nuestra sociedad deportiva se multiplican por casi setenta países y que el verbo Oviedo se conjuga ya en buena parte de las lenguas del planeta?

Este tsunami que nos arrastra, este fenómeno social, nuevo, impensable, que ha oscilado entre lo local y lo universal, esta campaña impagable de inserciones y referencias, yo no sé a qué obedece. Tal vez parta del olvidado factor humano, de los sueños, los sentimientos y las emociones. Tal vez tenga ahí su reactivo y su punto de apoyo, según el principio de Arquímedes. «Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo». Sí puedo asegurar, en cualquier caso, que parte del pueblo y vuelve al pueblo, que es parte de la cultura y del lenguaje universal del fútbol, uno de los símbolos más extendidos de nuestro tiempo. Que es participación y emoción, sobre todo, emoción colectiva. Tesoro de esta ciudad.

Pero, reitero, que lo analicen los sociólogos, los filósofos, los engolados intelectuales que presumen de ignorancia futbolística «como si el balón fuera a romper los delicados jarrones de la cultura». Que se estudie en las escuelas de negocios y lo diseccionen los publicistas y los expertos del marketing? Aunque me temo que el fenómeno sea irrepetible, fruto de la casualidad y de mil circunstancias impensadas. Una receta que no tiene fórmula magistral. Un milagro.

Nos toca ahora contener y administrar la euforia. Sabernos con los pies en Segunda B y conjugar con humildad, perseverancia y en futuro el verbo volver: volveremos. Nos toca también, a mí el primero, reconocer la profesionalidad, la honradez, el sacrifico y el riesgo de los miembros del consejo, que se asomó al abismo de la responsabilidad patrimonial, no ganó nada en la empresa (si acaso invectivas de algunos mequetrefes y calapitrinches) y se expuso a tener que cumplir la ley y solicitar la disolución de la sociedad. Algunos notables se taparon en esas circunstancias y otros querrán -quieren ya- reescribir la historia y subirse al carro de la victoria, que tantos padres tiene. Que la afición los distinga y los perdone. Para los carbayones auténticos sólo vale el sentimiento, el compromiso y el recuerdo: el papelín arrugado que Antonio Machado guardaba en su bolsillo como un tesoro: «Aquellos días azules y aquel sol de la infancia?».