Dado que Neymar se mudó a París, entre otras cosas, para ser el rey de reyes, no deben de extrañar roces como el que tanto dio que hablar la semana pasada con Cavani. Creyó que, fuera de la órbita de Messi, podría hacer lo que le diera la gana. Los 222 millones que el PSG ha pagado para sacarlo del Camp Nou tampoco ayudan a que el brasileño modere su ego. Como, en casos como éste, la autoridad del entrenador queda seriamente amenazada, la marcha del equipo dependerá de la buena voluntad de los protagonistas. Cavani ya la demostró conviviendo pacíficamente varias temporadas con Ibrahimovic. Ahora le toca a Neymar. En lo puramente futbolístico ha madurado mucho desde su llegada a Europa. En lo personal, no tanto. Quizá el reproche de Unzué a finales de la pasada temporada, cuando le advirtió de que si seguía así iba a acabar como su compatriota Ronaldinho, se refería a actitudes como ésta. Neymar apunta muy alto, pero ha demostrado que sus cuatro años en el Barça no le sirvieron para aprovechar las enseñanzas del maestro Messi.