J. C. GEA

La noche de Reyes de hace 25 años, el jurado del premio «Nadal» acordaba conceder el galardón correspondiente al año 1981 a «un ama de casa asturiana, madre de cinco hijos y licenciada en Filosofía y Letras». Con estas palabras repetían los medios nacionales la semblanza de la joven firmante de «Cantiga de agüero», una desconocida en el mundo de las letras que, en puridad, acababa de dejar de serlo para los más enterados: los que ya sabían que Carmen Gómez Ojea (Gijón, 1945) acababa de recibir, once días antes en Oviedo, el premio «Tigre Juan» por «Otras mujeres y Fabia».

-¿Había caído en la efeméride?

-La verdad, no tengo memoria. Soy divina en ese aspecto. Dios no tiene memoria porque no la necesita. Yo vivo todo un continuum. Me dices «hace veinticinco años de esto»... Ah, pues bueno. Pero para mí todo es un «como decíamos ayer, como sentíamos ayer...».

-Pero seguro que recuerda cómo recibió la noticia...

-Yo había mandado la novela prácticamente a la vez que la del «Tigre Juan». Alarcos comentó en el momento del fallo, después de la apertura de la plica, que le habían preguntado de la editorial Destino, el propio Josep Vergès, quién era esta autora. No es que Vergès hubiese violado ninguna plica; es que entonces se presentaban los originales a cara descubierta. Así que como venía de Asturias, consultó a Alarcos, porque le parecía que no era precisamente una «opera prima» y quería descartar bromas o plagios. Alarcos le confirmó que yo tenía carne, sangre, pesos y medidas.

-¿Y la confirmación?

-La tuve antes del fallo, la mañana de Reyes, por un joven periodista de «La Vanguardia» al que desde la editorial le habían dicho que yo era la ganadora. Le recomendaron que no me lo diera por hecho, pero cuando un periodista te llega con estas cosas te puedes dar prácticamente por enterada. Por lo visto, a Vergès le había parecido un crío muy correcto y discreto, y como estaba empezando le quiso regalar la primicia.

-¿Y qué cambió con el «Nadal»?

-No noté ningún corte. Ya tenía mucha cosa escrita que no había publicado y había ganado algún premio menor. Como no tengo sentido del tiempo, nunca me planteaba nada con prisas. Desde pequeña he creído que todo tenía su tiempo, igual que una gestación tiene su tiempo, la flor el suyo y las estrellas el suyo. Y también lo pensaba para lo que escribía. La mandé cuando creí que era el tiempo de hacerlo.

-¿Ni siquiera lo tomó como un espaldarazo?

-No, la verdad. Soy muy autocrítica. Procuro tener claro lo que hago en cada momento, aunque todos los que nos dedicamos a esto somos Homero, dormitamos muchas veces y no siempre nos salen las cosas como quisiéramos.

-¿Y qué había querido hacer con «Cantiga de agüero»?

-Contar una historia y disfrutar contándola, jugando con el lenguaje. No es una novela de «best-seller»; más bien la paladeó esa gente que disfruta tanto con el lenguaje como con la anécdota. Por utilizar una palabra, yo soy capaz de buscar un pretexto en forma de historia para poder meterla. Cuando yo iba al colegio, sacaba palabras de mi diccionario-pulga para crear cuentos a partir de ellas. Hay veces que escribo cincuenta folios para poder utilizar cuatro palabras; pero es que me iluminan un párrafo entero.

-¿Tampoco notó cambios en la recepción de su obra?

-Hubo gente que me llamaba para hacer tesis. La novela interesó mucho a hispanistas del ámbito anglosajón y a alguna italiana. Incluso ahora hay una chica persa que está haciendo la tesis en la Universidad de Alicante.

-No da el perfil de novela para un premio comercial.

-Vergès dijo que «Cantiga» le había hecho disfrutar, le había hecho descansar; que, como editor, tenía mucho que leer por oficio y luego buscaba un libro para descansar de esa lectura y desintoxicarse. Para él fue como un premio a sí mismo, aunque no fuese una novela comercial, obviamente.

-¿Hubiera tenido «Cantiga» el mismo destino hoy?

-No creo que hubiese ganado el «Nadal». Una novela así no sería ahora buen producto de mercado.

-Lo que sí consiguió es formar parte de una ilustre cofradía de premiadas con el «Nadal».

-«Nada», de Laforet, era una de mis novelas favoritas. La leí cuando tenía 12 años y quería ser Andrea y vivir en la calle Aribau. Además se lo concedieron en el año 45, que es en el año en el que yo nací. Y el resto las leí de adolescente y joven, y me encantaron todas: Ana María Matute, Elena Quiroga, Luisa Forrellat, que me pareció una gran novela, una planta exótica muy divertida; la de Dolores Medio, claro... Yo también quise ser una Rivero. Me sentí muy a gusto entre todas ellas.