«Dios no está nunca donde se le necesita». Esta frase, trágica y cruel, fue escrita por mi admirado Juan José Millás con ocasión del terremoto de Perú, donde, en la ciudad de Pisco, una iglesia se derrumbó, sepultando a cientos de fieles que estaban rezando en el templo.

La frase del laureado escritor se une a las innumerables quejas y reproches que, a lo largo de la historia, son dirigidas a un Dios «ausente y sádico» (Francois Varone) por parte de los seres humanos que se sienten abandonados.

Desde el Libro de Job, obra maestra del movimiento de sabiduría hasta nuestros días, la búsqueda de una respuesta no encontrada sobre el silencio de Dios es la angustia que atenaza y comprime el corazón de los hombres, que culpan a Dios de sus desgracias.

Los israelitas creyeron que Dios les había abandonado en el desierto. Sigue resonando el grito de Jesús en las horas bajas de su pasión: «Dios mío, ¿porqué me has abandonado?».

El profeta Habacuc se escandaliza ante la aparente pasividad de Dios: «Señor, ¿hasta cuándo gritaré, pidiendo ayuda, sin que tú me escuches? ¿Hasta cuándo clamaré a causa de la violencia sin que vengas a librarnos?». Marta, la hermana de Lázaro, se une a la protesta generalizada y manifiesta a Jesús su decepción por no impedir la muerte de su hermano: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Personalmente, todos en algún momento nos rebelamos contra Dios ante situaciones que no comprendíamos.

En nuestra relación con Dios hay muchos interrogantes que sólo despeja la fe, como actitud de confianza y adhesión a alguien que nunca nos falla. La fe es la prueba de las realidades que no se ven.

Frente a la aparente pasividad e inoperancia de Dios ante la aparente victoria del mal, Jesús nos invita a adoptar una actitud de fe. La fe es un grito de confianza en Dios: «Si tuvierais fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podríais decir a esta morera: Desarráigate de aquí y plántate en el mar y el árbol os obedecerá». «Tú espera», le dice Dios a Habacuc escandalizado; aunque parezca tardar, llegará el momento oportuno. Escribe que los malvados son orgullosos, pero los justos vivirán por su fidelidad a Dios.

Los apóstoles, a medida que adelantan en el camino de seguimiento de Jesús, cuanto más conviven con Él más se percatan de que su fe es pequeña, incapaz de solucionar sus dudas. Como ellos, también nosotros debemos rogar que Dios aumente nuestra fe.

«Señor, aumenta nuestra fe».

José Luis Martínez, sacerdote jubilado.