Catedrático de Filosofía del Derecho

J. M. CEINOS

Poco antes de inaugurar ayer la I Escuela de Octubre de Comisiones Obreras, en Laboral Ciudad de la Cultura, con una charla sobre la crisis global, Juan Ramón Capella Hernández reflexiona sobre el marxismo y la izquierda, donde siempre militó.

-¿Sigue siendo usted marxista?

-El marxismo que aprendí fue de dos personas que practicaron el marxismo crítico: Manolo Sacristán y, en París, del sociólogo Lucien Goldmann. Para mí, fue siempre muy fecundo trabajar en la escuela de Marx y de Gramsci. En este sentido, no puedo decir que no lo sea.

-En los tiempos que corren, ¿cómo se puede defender, por ejemplo, el espíritu ético marxista de Gramsci?

-Es que es la única decente. En realidad, hay muchas maneras de entender el avance hacia una sociedad menos dependiente, más emancipada y más igualitaria. La vía que emprendió Lenin era, en realidad, jacobina, es decir, vanguardias que arrastraran a la gente, y esa idea vanguardista es la que se vino abajo, la que no se puede sostener, mientras que la manera de Gramsci era completamente distinta: él pensaba que había que conquistar a grandes masas de la sociedad, y es la idea con la que me identifico yo.

-Hablar de Gramsci es hacerlo también de Italia, donde la izquierda hace tiempo que parece estar en retirada ante un «fenómeno» como Berlusconi. ¿Cómo lo interpreta usted?

-Como el fracaso de la izquierda por haberse asociado con lo que se llamaba, con iniciales, el Movimiento Comunista Internacional, que a la postre era estar vinculados con la burocracia del Este. Al hundirse el comunismo del Este y con la ofensiva neoliberal contra los trabajadores -recordemos que Margaret Thatcher decía que había que romper la columna vertebral a los sindicatos y que los trabajadores eran el enemigo interior- lo mejor de la izquierda europea se vino abajo.

-¿En esa ofensiva colaboró la socialdemocracia como parte interesada?

-Por supuesto que fueron parte interesada; basta recordar que el viaje a Suresnes de Felipe González y Alfonso Guerra se hizo con pasaportes facilitados por el servicio de información de la Presidencia del Gobierno, y está documentado y nunca fue desmentido. En la transición fue obvio que mientras la UGT pudo celebrar su congreso Comisiones Obreras no, y que la legalización del PSOE se hizo precisamente para conseguir la división entre los trabajadores.

-¿Hay que añadir a ello el «haraquiri» del Partido Comunista de España?

-Hubo un disparate tremendo por parte de Santiago Carrillo, cuando a los pocos días de la legalización del Partido Comunista apareció en una rueda de prensa diciendo que aceptaba la bandera bicolor, que aceptaba la Monarquía y que aceptaba la honorabilidad del Ejército español. La Monarquía contra la cual se había manifestado toda España; la honorabilidad de un Ejército que se había alzado y permitido el asesinato de centenares de miles de personas. La aceptación de ese símbolo significó romper la columna vertebral-intelectual del Partido Comunista. Eso Carrillo no lo vio, y hoy sigue diciendo que fue una operación necesaria, pero no tuvo en cuenta que lo que mantenía unido a ese partido no era una obediencia a órdenes como en el Ejército, sino una vinculación intelectual y moral que él tiró por la ventana. Esto está en el origen del desastre del Partido Comunista de España y de muchas cosas que vinieron después.

-Pero de ahí a sólo dos diputados de Izquierda Unida. ¿Es difícil mantener posturas de izquierda a lo Gramsci en una sociedad absolutamente consumista como en la que vivimos?

-Eso es verdad. A la primera parte de la pregunta hay que decir que no podemos olvidarnos de que son dos diputados con un millón y pico de votos, unos votos que pesan menos, gracias al alambique de la ley electoral, que los votos de los nacionalistas, por ejemplo. En realidad, es deliberado y los nacionalistas van para arriba precisamente para frenar a la izquierda. Hay un componente de jugar el partido en un campo desnivelado. Respecto a la segunda parte de la pregunta, un cuarto de siglo de políticas neoliberales ha conducido a una población consumista e insolidaria. Se ha creado una ideología del insolidario-individualista fomentada por los medios de masas. Vivimos, además, en una sociedad en la que, por ejemplo, un partido de fútbol no es más que el pretexto para pegar ahí montañas de mensajes publicitarios. Toda la industria mediática contribuye a borrar la conciencia de las condiciones reales de existencia de las personas, que cuando están solas y piensan en su vida no pueden pensar cómo se les induce por los medios de masas.

-Y llegamos a la gran crisis, asunto que aborda en su último libro...

-Lo que explicamos es que la crisis es global debido a que se ha producido la globalización, y lo que se vino abajo fue el modelo de crecimiento que funcionó en los últimos veinticinco años sin que la gente que se considera alternativa tenga una propuesta de política económica comprensible y aceptable por todo el mundo que pudiera abrirse paso. Las recetas neoliberales puras no harían más que ahondar la crisis y conducirían a un empeoramiento generalizado de la situación de las clases medias y trabajadoras.

-¿En dos años la socialdemocracia española volverá a la oposición?

-Sería una gran desgracia para el país.

«Los nacionalistas van para arriba precisamente para frenar a la izquierda»

Juan Ramón Capella

Nació en diciembre de 1939 en Barcelona. Estudió Derecho y estuvo afiliado al Partido Comunista entre los años 1965 a 1975. Lo abandonó, como cuenta, «justo cuando entraron los de bandera roja». No milita en ningún partido, pero se siente «próximo a la gente del PCE y de Izquierda Unida y, sobre todo, de los movimientos sociales». Catedrático de Filosofía del Derecho, Moral y Política, tiene en su haber varios libros, entre ellos «La práctica de Manuel Sacristán». Junto a Miguel Ángel Lorente publicó este año «El crack del año ocho. La crisis. El futuro».