Dos gijoneses se las tendrán que ver con la ley debido a que se tomaron demasiado en serio una leyenda contemporánea: la que propala que internet viene a ser la máscara de máscaras, un Antroxu permanente en el que el anonimato es el antifaz de la impunidad. Y no. A menudo creemos que la pantalla del PC interpone una superficie opaca que, como una careta bien calzada, oculta nuestros rasgos a quien nos percibe al otro lado. Pero ningún poder sensato pondría un artefacto semejante en manos del mundo. Sería tanto como invitar a la carnavalada perpetua, a la subversión de todo un orden social, político y moral que se basa precisamente en ellas, en la identidad, la responsabilidad y la imputabilidad. A Don Carnal se le conceden licencias sólo hasta un cierto punto. Podemos fingir un rato y permitirnos alguna trastada, pero, traspasada cierta raya, los alguaciles irrumpen en el baile, lo detienen, alzan la máscara y nos llevan a acabar la mascarada en el cuartelillo (otra cosa sería que los transgresores enmascarados sean tantos que la autoridad no dé abasto).