Es la nominación que mejor le va. Inconfundible. Los cursillos de cristiandad han sido la vida de don Ezequiel. Su tesón apostólico los mantiene activos y vivos. Han sido casi cincuenta años dedicado, en cuerpo y alma, a esta actividad evangelizadora. Hace tan sólo dos meses que le han relevado atendiendo a sus 86 años de edad. Es el efecto Benedicto que se acusará en la Iglesia. La gimnasia diaria le mantiene en forma y, a su manera, tirando de teléfono, llamando aquí y allá, seguirá manteniendo ese fuego sagrado del movimiento de cursillos que, como la llama del Sinaí, no se consume. En muy contadas ocasiones hubo que suspender alguna convocatoria de las programadas para el año.

Le preparan un cariñoso homenaje abierto a todos. El próximo 25 de mayo. Más que pago de méritos, es gesto de cordialidad. Lo afectivo y humano debiera de tener más curso legal en esta Iglesia del Señor. ¿Encontrará eco la llamada a la ternura del Papa Francisco? Las honras no le pegan mucho a este eremita del Prau Picón de Oviedo, en el que ha vivido casi toda su vida. Allí tiene su gruta, a la que acude, en busca de aliento espiritual y paz interior, multitud de personas de toda clase y condición. Allí llegó, con edad mocetona, cambiando sus estudios de minas por los latines y teologías para ser sacerdote. Oriundo de tierra minera, de la Foz de Morcín, donde el Monsacro alcanza las nubes y se hunde produciendo carbón en las entrañas de la tierra, había comenzado su preparación de peritaje. Como a Pedro el pescador, el Señor le cambió la vida y de perito de minas le hizo de las almas para sacar de ellas los mejores valores y bondades. Su voz y su presencia no son de prensa y televisiones, son de silencio y con timbre de eternidad. Si levanta el tono o se hace ver es para despertar a soñolientos, orientar a descaminados y urgir el trabajo en la viña. Entonces clama con voz de capataz: «¡Tu parcela en la viña, la que tienes encomendada, tiene que dar más fruto!». No solamente tiene nombre de profeta: Ezequiel; tiene temple y te fortalece al transmitirte su experiencia de Dios que no te abandona.

El movimiento de cursillos de cristiandad ha sido en España uno de los más importantes en la Iglesia de la posguerra. Nació en 1949 en la turística y veraniega Mallorca, como iniciativa de un grupo de jóvenes que querían prepararse para emprender el Camino de Santiago. Ellos fueron los que se plantearon la necesidad de buscar ideales que entusiasmaran y tener una referencia, un maestro de vida. Como todo movimiento nuevo y, además, donde los seglares tenían la mayor actividad y encomienda, encontró aplausos y críticas.

A Asturias llegó a finales de los años cincuenta. La casa de ejercicios de El Bibio de Gijón (al ver hoy sus ruinas a uno le vienen a la mente los versos de Rodrigo Caro: «Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora...») fue su cuna y la sede de mayor actividad, seguida de Covadonga y Meres. Los prohombres de la pastoral diocesana fueron los primeros implicados. Ahí está para contar sus inicios, el nonagenario, pero todavía en pie y derecho, don José Álvarez Iglesias. Otros, como Pepe G. Morán, que derrochaba simpatía, han muerto. Uno de los sacerdotes jóvenes más entusiastas y que llevó a personas de los más diversos ambientes a estos cursillos fue José María Díaz Bardales. Participó siempre en ellos. Al último que se comprometió no pudo asistir por la grave enfermedad. Encandilaba con sus «rollos». Hoy, precisamente, 12 de mayo, cumpliría sus cincuenta años de ordenación sacerdotal. Ya no pudo celebrarlo con sus compañeros en el Seminario.

Muchos y buenos seglares -sería interminable la lista- encontraron en este movimiento su actividad en la Iglesia y su compromiso social y caritativo. Alguno, hasta político. Fue y puede seguir siendo una buena escuela de sensibilidad y humanismo cristiano. Pivota sobre las cuatro verdades que dan sentido a la vida en clave cristiana. Por los 474 cursillos que se han celebrado en esta diócesis asturiana han pasado más de doce mil personas, hombres y mujeres, de todas las edades, de la más diversa condición de fe y e ideología. Estos, luego, han dinamizado a las parroquias y movimientos sociales y vecinales. No llevan carné acreditativo, llevan alma de colores.

Don Eze, como cariñosamente se le llama, ha sabido mantener activo este horno del Espíritu, convencido de que era la misión que tenía encomendada. En estos tiempo recios hacen falta iniciativas que recuperen ideales y personas con fortaleza que las lleven a cabo. En esto, el homenaje es un incentivo.