Los expedicionarios, que llevaban varias cajas de sidra achampañada y folletos turísticos de Gijón y de Asturias, se instalaron en un hotel del centro de Manhattan, salvo los dos ediles de AP, José Ramón Enguita y Fernando Gómez Taylor, así como Vicente Álvarez Areces, que lo hizo en el hotel en el que residía entonces permanentemente Aquiles García Tuero.

Y llegó la noche del sábado 10 de octubre, víspera del desfile. En el restaurante Harlequin, ubicado en Greenwich Village, al sur de Manhattan, regentado por el asturiano, de Amieva, José Bárcena Gala (Pepe), el Ayuntamiento de Gijón ofreció una cena para toda la expedición y una amplia representación de asturianos y españoles residentes en Nueva York.

En las mesas se sentaron, entre otros, el cónsul general de España en Nueva York, Manuel Sassot; el embajador de España antes las Naciones Unidas, Francisco Villar; corresponsales de prensa españoles acreditados en la ciudad de los rascacielos, entre ellos el que, entonces, era el decano de los informadores españoles en el extranjero, José María Carrascal (del diario "Abc"); la argentina Silvia Odoriz, responsable de la oficina de la agencia "Efe" en Nueva York (con la redacción en el edificio de las Naciones Unidas); el asturiano José Manuel Diego Carcedo, destinado en aquella época como periodista en dicha delegación de "Efe"; el doctor Juan Negrín, hijo del que fuera presidente del Gobierno de la II República Española; el urólogo avilesino José Rodríguez; Guillermo Verdín, profesor universitario en Nueva York; Celso González, capellán católico del Aeropuerto Internacional John F. Kennedy, y el periodista gijonés, residente en México desde finales de los años cincuenta, Paco Ignacio Taibo Lavilla, quien había volado desde la ciudad de México para asistir a los actos gijoneses en la Gran Manzana junto con su esposa, su hijo, Paco Ignacio Taibo Maojo (PIT II), y la esposa de éste.

Al comienzo del verano de 1988 PIT II sería el encargado de dirigir la primera edición de la "Semana negra", que se celebró en el puerto de El Musel y fue otro de los revulsivos con los que el gobierno municipal de Álvarez Areces quiso cambiar la imagen de crisis de Gijón.

En este sentido, en el turno de discursos en la cena en Greenwich Village, Areces sentenció: "Que Gijón, una pequeña ciudad de España, esté en Nueva York responde a que queremos salir de nuestro aislacionismo. Que no se nos conozca sólo por los conflictos y que al menos, algún día, un americano se inquiete y nos busque en el mapa. No nos resignamos a estar perdidos en el mapa".

El domingo 11 de octubre amaneció lloviendo, después de varios días espléndidos y con calor. Un tiempo muy asturiano en la desembocadura del Hudson y del East River: cielo gris, lluvia persistente, que algunas veces se convirtió en chubascos, y viento frío del Norte. Y a las 12.40 horas comenzó el XXIII Desfile de la Hispanidad en la Quinta Avenida, en su confluencia con la calle 44, a la altura de la estación ferroviaria Grand Central.

Una docena y media de bandas de música, treinta carrozas y cerca de cuarenta grupos folclóricos desfilaron por la Quinta hacia el Norte (hasta la calle 72, donde finalizó la marcha), representando a más de treinta países iberoamericanos. El desfile estuvo presidido por Iván Vegas, que era el gerente general del Canal 41 de televisión (junto al 47 emitía para Nueva York íntegramente en castellano y dieron el desfile en directo).

También participó (sentado en un automóvil descapotable y bajo un paraguas) el que era alcalde de Nueva York entonces, el judío del Partido Demócrata Edward Koch. Entre las calles 50 y 51 hubo una parada para saludar al arzobispo católico de Nueva York, John O'Connor, que presenció todo el desfile desde la escalinata principal de la catedral de San Patricio.

La representación municipal gijonesa, a cuyo frente marchó Vicente Álvarez Areces (traje de color gris claro y paraguas) y el cónsul Manuel Sassot, siguió al "haiga" descapotable de Edward Koch. El grupo "Aires de Asturias", incansables en sus bailes, dejó constancia de su buen hacer. Al final, ya en la calle 72, los participantes en la marcha estaban empapados.

La estancia neoyorquina de la expedición gijonesa se completó con visitas al edificio del Ayuntamiento (donde se le entregó a Edward Koch una reproducción de la estatua de Don Pelayo de la plaza del Marqués y una carpeta con información turística de Asturias), al edificio de las Naciones Unidas y a la Casa y Círculo Cultural de España, donde tuvo lugar un cocktail.

De regreso a Gijón, el 28 de octubre Vicente Álvarez Areces y Eduardo Chillida visitaron el cerro de Santa Catalina. Fue entonces cuando el artista vasco anunció que sería en la Atalaya donde levantaría su "Elogio del horizonte", otro hito en la política arecista por cambiar la imagen de Gijón. Ya todo es historia.