La iglesia de San Lorenzo acoge hoy, a las 12.00 horas, la misa funeral por Arturo Morales Antón, diplomático gijonés fallecido en Madrid el martes a los 101 años. Nacido en la calle Curasama, su familia ha querido que sea en la misma iglesia donde recibió el bautismo y en el entorno gijonés en el que se crió y que le vio convertirse en un hombre de bien, donde se recen las oraciones de despedida por uno de los primeros miembros de la diplomacia española que ha dado la ciudad de Gijón.

Exalumno del Instituto Jovellanos y licenciado en Derecho por la Universidad de Oviedo, estuvo casado algo más de 60 años con la también gijonesa Maria del Carmen Muñiz Blanco, Carmina, natural de Cimadevilla y fallecida hace cinco años. Ambos formaron una sólida familia que pese a estar asentada en Madrid nunca perdió su enlace y su enorme amor por el "barrio playu", por Gijón y por extensión por Asturias -se casaron en Covadonga en 1951-, la tierra donde estaba el corazón del matrimonio y también de sus hijos, el catedrático e investigador de la Universidad Autónoma Arturo Morales y la historiadora y docente de la UNED madrileña Lola Carmen. En Gijón pasaban los Morales-Muñiz siempre que pudieron sus vacaciones por la necesidad que tenían, así lo decían, de reponer fuerzas en el Cantábrico, disfrutando del paisaje de Asturias, de sus gentes, sus rincones, especialmente los de la zona rural, y sus tradiciones. A su "Gijón del alma" volvió siempre que pudo Arturo Morales Antón y de esa rutina curativa era parte indispensable el Club de Regatas, entidad en la que se dio de alta en julio de 1942, y de la que falleció siendo su apreciado socio número 1.

Morales Antón ejerció la representación de España en el extranjero -como agregado cultural y cónsul- en diversos países. Era cónsul en Agadir (Marruecos) cuando sucedió el terremoto de 1960, también estuvo destinado en Oporto, en Los Ángeles y terminó su carrera como agregado cultural en París.

Al hombre cabal, entrañable, metódico, caminante empedernido -siendo nonagenario todavía recorría paseos urbanos y aldeas de Asturias, primero con su coche y luego en algún autobús de línea regular-, conversador y tranquilo que fue Arturo Morales, debilitado en los últimos años, le falló finalmente el corazón. "Ese corazón que soñaba con volver a Gijón todos los veranos", reconocen sus hijos. Sus restos ya reposan en Ceares.