Salas / Oviedo, I. PULIDO

La sociedad salense del siglo XVIII estaba fuertemente dividida en hidalgos, labradores y vaqueiros. Ésa es la principal idea que se extrae del libro «Las gentes de Salas en el siglo XVIII», obra de Nuria González Alonso, investigadora y doctora en Historia por la Universidad de Oviedo. El estudio, publicado el pasado mes de marzo y galardonado con el premio «Fernando de Valdés Salas», es el primero que aborda, de un modo completamente riguroso, esta época en el concejo.

El libro deriva de un trabajo de investigación realizado por González Alonso en 2002. Durante meses, la investigadora, natural de La Espina, estudió minuciosamente los «padrones de moneda forera» conservados en el archivo municipal de Salas. «Se trata de documentos en los que se registra a los titulares de "fuegos" u hogar de cada lugar con un propósito fiscal o de levas», precisa la doctora. En concreto, cada vecino «pechero» estaba obligado a efectuar, cada siete años, el pago de un impuesto llamado moneda forera. «Su importe era de ocho maravedís de moneda vieja y dieciséis de moneda blanca, de la que corre», comenta González.

El análisis de estos documentos, una fuente prácticamente sin explotar, ha permitido desvelar aspectos tan interesantes como que en 1773 el 65,9 por ciento de la población salense era hidalga. «Los hidalgos pertenecían a la baja nobleza. Su condición de nobles les eximía de toda una serie de cargas y tributos», subraya la historiadora, la cual advierte de que esta situación era propia del norte de España. Propietarios de casas solariegas y de montes, los hidalgos se concentraban sobre todo en el coto de Cornellana y en las parroquias de Santa Eulalia de Doriga y de Santiago de Villazón. «Una parte de esta hidalguía tendió a urbanizarse y "respiró" los atractivos de la ciudad, como por ejemplo Oviedo», matiza.

Los vaqueiros representaban en torno al 9 por ciento de la población por aquel entonces y se concentraban en las parroquias de San Juan de Malleza, Santa María de Bodenaya, San Vicente de la Espina y en el coto de Lavio. Durante la época moderna, este colectivo comenzó a ser objeto de una discriminación cimentada sobre «falsas teorías» vertidas tanto por nobles y clero como por los labradores. «Los agricultores veían con malos ojos que los vaqueiros tuvieran mayor solvencia económica que los "xaldos"», enfatiza González. Esta «repulsa» se materializaba en falsos tópicos tales como señalar que los vaqueiros eran de origen morisco o caldeo.

El colectivo vaqueiro desempeñaba la ganadería transhumante y a su vez también desarrollaba dos importantes actividades económicas: la arriería y la trajinería. «Se les marginó por adoptar un modo de vida diferente y por realizar actividades valoradas negativamente por el resto de la sociedad asturiana de la época», recalca la autora.

Sin embargo, esta actitud discriminatoria, que mantuvo estigmatizados a los vaqueiros durante siglos, dista mucho de la realidad. Y es que los ganaderos trashumantes no vivían al «margen de lo establecido», tal y como se hizo pensar. «Pagaban impuestos al igual que hacían los demás, puesto que aparecen reflejados en el padrón de moneda forera», subraya González.