Prometieron el oro y el moro. Les contaron cuentos de increíbles riquezas: metales preciosos, rocas ornamentales, maderas nobles y leche fluyendo a borbotones. El sultán hubiera cortado la cabeza a estas Sherezades de pacotilla la primera noche, pero algunos creyeron a pies juntillas unos cuentos que se demostraron falsos desde el principio. Nunca quisieron reconocer que habían sido engatusados, así que al grito de «¡Sálvese quien pueda!» y «El último que cierre la puerta», se convirtieron en caciquillos que continuaron engañándose y engañándonos. A sus superiores tampoco les interesó sacarlos de su error, pues un territorio envejecido, despoblado y empobrecido era el lugar ideal para implantar todo lo que nadie quiere tener cerca de su casa. Y así, después de llenarlo de balsas de residuos tóxicos, ruidosas y polvorientas canteras y enormes campos de aerogeneradores, el occidente continúa apareciendo como la hermana pobre del territorio asturiano. Con su patrimonio humano y natural profundamente herido, hacen falta voces que se alcen para articular proyectos realmente viables. Estemos atentos para poder escucharles.