Belmonte de Miranda,

Sara ARIAS

«Preferiría haber seguido de médico». Así de claro es Gabino Suárez, quien fue médico en Belmonte de Miranda durante los últimos 27 años. Ahora, con 65, y tras abandonar el centro de salud belmontín, se niega a jubilarse, por lo que se ha incorporado a la Consejería de Sanidad, donde es médico inspector de Servicios Sanitarios. Después de dos meses sigue echando «muchísimo» de menos su profesión. Pero resiste. Aunque afirma: «Me iría ahora mismo otra vez».

Suárez se licenció en Medicina en la Universidad de Valladolid. Su primer trabajo fue en la mili, cuando estuvo de médico alférez en el Hospital Militar de Oviedo. Pronto, llegó la hora de incorporarse a la sociedad civil y cuando le tocó elegir la plaza, el Doctor Tolivar le espetó: «Sólo puedo ofrecerte escoria». Ocho plazas en localidades rurales y Suárez se decantó por Belmonte. Aunque al principio tenía pensado «ir por poco tiempo pero al llegar me encantó, el pueblo y la gente, muy respetuosa pero muy cercana», afirma.

El médico de Belmonte comenta que la profesión ha cambiado mucho a lo largo de los años, «antes teníamos menos medios, no había ni ambulancia ni teléfono, pasábamos consulta en las antiguas escuelas, que luego fueron reformadas pero al principio era un poco tétrico». Aunque dice que «así todo era muy pequeño, la sala de espera era una habitación y todos los días habías voces, a veces casi palos por que se colaban». Con la llegada del siglo XXI se construyó el centro de salud que está «precioso y es un lujo, no se oye nada», explica cómico.

El trabajo en Belmonte en los primero años era «duro» porque el municipio tenía «muchos habitantes y muchos pueblos dispersos» a los que, en las urgencias, iba a pie, a caballo o si había pista en coche. Recuerda una subida a una urgencia a lomos de un caballo, «llevaban también una yegua para echársela al caballo, que no me mató de milagro al olerla». Ser médico rural exigía hacer de todo: «Urgencias, muchos accidentes de todo tipo, pequeñas cirugías, teníamos que tener un conocimiento amplio porque había que desarrollar de todo, una vez estuve haciendo reciclaje en las urgencias del hospital en trauma y de 50 que llegaron, 45 las hubiera solucionado».

La exigencia también le hizo actuar de parturienta. La primera vez atendió a madre y niño en el bar Las Mestas, «era una noche de domingo de invierno y hacía un frío horroroso, venían desde Cangas del Narcea en un 600 y tuvieron que parar porque la madre estaba muy mal, venía envuelta en un traperío y cuando me acercó ya había dado a luz y tuve que buscar al niño dentro del coche».

Después de una vida de trabajo y familia en el municipio, garantiza que lo mejor de su profesión ha sido «el agradecimiento de la gente, solucionar sus problemas, ya no eran pacientes sino amigos».

Echa de menos «el ir a un sitio y a otro, el contacto con la gente, aquí ahora estoy enjaulado, a cualquier casa que ibas tomabas café, charlabas... era otra historia». Ya lo debían de querer porque el pasado sábado la casa hogar del colegio de Belmonte reunió a 200 personas para despedir al médico de la zona «fue muy emocionante», evoca. Sus pacientes y amigos le regalaron un reloj, que ayer lunes, ya llevaba puesto.