Qué ocurre cuando la democracia se convierte en mercado y el ciudadano ya no se fía de unas instituciones instaladas permanentemente en la sospecha, pues su único objetivo parece ser la búsqueda de beneficios al precio que sea? Está ocurriendo en cada rincón de nuestro país: el despropósito de la ley de costas o las recientes facilidades para la instalación de grandes compañías. ¡Vendamos nuestra tierra al mejor postor, venga de donde venga, que andamos muy necesitados! Por supuesto que nuestro maltrecho Paraíso Natural no iba a ser menos, que Tapia de Casariego continúa su pulso intentando detener el desatino provocado por la atracción del oro y el euro. Pero es toda Asturias la que se juega mucho en este tablero. Nos arriesgamos a sentar un peligrosísimo precedente: que sean las empresas las que marquen la línea de actuación política; las que a plena luz del día, ya sin disimulos, quiten y pongan a los que deciden nuestro futuro común. Va siendo hora de que se detenga este desvarío.