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Música y poemas en el templo de Boal

Balada de otoño para un pueblo ejemplar, agradecido y generoso con los necesitados

Peyroux, con miembros del Coro de Boal. | yoya téllez

Es un bello valle, éste del Navia, y arriba, en las cumbres, Boal, su perla cultivada. En lo más alto, La Bobia y, por encima de la villa, Penouta. Gentes buscando níscalos y setas entre en los pinares y la niebla matinal de un domingo de otoño. Los túmulos recuerdan tiempos pretéritos, mientras el wolframio duerme el sueño de la desidia y el abandono. La piel del río se desliza por Castrillón apacible y gris, como están los cielos, con los ocres de los castaños mirándose en sus aguas. Con la brisa fluvial me llegan poemas de Carlos Bousoño. En la peña del Corvo, las retinas tienen dificultades para empaparse de tanta belleza. ¡Qué paz! ¡Qué silencio! Todo es un placer para el espíritu.

Qué buen bronce tienen las campanas del templo de Santiago. Su sonido llega hasta la mar y se esparcen sus vísperas hacia las aldeas y pueblos más lejanos. A los siete toques de badajo ya estaban los fieles en sus asientos esperando con respeto la nota musical y el verso al desnudo. Mila, mi novia, a la izquierda, subida a su altar con las palmas en las manos; del otro lado, don Vicente, el párroco -enfermo días atrás-, se sentía a gusto y había emoción en su mirada. Era algo nuevo lo que iba acontecer en la Casa de Dios. Al final de la velada, notas musicales y poemas lo habían curado.

El violín de Carlos abrió el concierto y el rapsoda dio comienzo a su recital: ¡Poesía eres tú! -dijo- refiriéndose a la gente que llenaba la iglesia. Luego vino el olmo viejo de Machado con la hoja verde de la esperanza y la canción de cuna para dormir a un preso tras los Hierro(s) de una cárcel. Llegaría Miguel Hernández sollozando la muerte temprana de su amigo Ramón y la guitarra de Óscar para recibir a Benedetti. Más tarde, Neruda nos recitó los versos más tristes de la noche y, así, otros poemas, hasta que Lorca puso la luz y la alegría de la mano de una gitanilla llamada Preciosa. El coro de la villa hizo las delicias con sus canciones, y el poema de don Antonio haciendo camino al andar. Amigos de la música, venidos de Navia y de la otra parte del Eo, afinaron bien las cuerdas de sus vocales, guitarras y bandurrias para sus boleros, habaneras y música de siempre. Santa Cecilia bailaba loca de contento.

Generoso y ejemplar este pueblo de Boal ayudando a los necesitados que se mueren al lado de un río en Haití.

Miel en los labios. Castañas en los bolsillos. Afecto sincero y sentimientos nobles y encontrados. Gente del alma. Paco Siñeriz -amigo entrañable- y su familia, con la dulce mirada de María Teresa y una paloma mensajera llamada "Gloria". El rapsoda que encuentra Amparo al lado de una presidenta, y a Emma y a Alicia y a otro Paco... y buenos vecinos del lugar.

Tiempo para guardar en "lo más profundo del corazón mío", escribe León Felipe, y levantar el alma -San Juan de la Cruz- hasta lo más alto "por la secreta escala". Boal -bendita tierra-, para siempre en el recuerdo.

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